sábado, 26 de diciembre de 2015

LA COMIDA CON MI CAPITÁN

Cuando transcurre el tiempo, y va pasando la juventud, se desarrolla la idea de que ya se ha vivido de todo. Sin embargo, de vez en cuando la Providencia nos ofrece nuevas experiencias.

Ayer comí con el Capitán encargado de la seguridad en la ciudad donde vivo. Un hombre disciplinado, consciente de su misión y de las dificultades que ésta conlleva; aparentemente duro, pero en el fondo humano y sensible; persona de certezas y claridad de mente, pero también con temores y con una visión peculiar de vida, pues la suya y la de sus subalternos pende siempre de un hilo. Me dijo: “En la mañana saludo a un compañero y no sé si le daré las buenas noches”. Detrás del uniforme es seguro que haya una lista de logros heroicos, los cuales probablemente convivan con conflictos de conciencia, después de todo no son ellos las Hijas de la Caridad de la Madre Teresa.

La ocasión fue un momento de convivencia navideña de la comunidad parroquial con el destacamento en la improvisada base donde viven. Perfecto anfitrión. Con orgullo y reciedumbre me mostró las instalaciones, las cuales, aunque llenas de carencias, reflejan el espíritu de la disciplina militar y sus jerarquías; de manera habilidosa ellos mismos han ido tratando de adecuar su hogar a su estilo de vida y a la función que desarrollan en nuestra comunidad. El cuarto de tácticas dista mucho de la idea que pueda presentarnos nuestra imaginación. Hay mucha austeridad, pero me dicen que en otros lados es todavía mayor.

No sabía yo los alcances a los que podíamos llegar en cuanto al tipo de expresión específicamente religiosa, de manera respetuosa le propuse a mi Capitán una pequeña lectura de la Palabra de Dios, un momento de oración y la petición de posadas. “Claro que sí, Padre”. Juntó a todos y así se hizo, con mucho respeto, advirtiendo a los muchachos que lo hacíamos considerando las convicciones religiosas de cada quien, pero también como una expresión de nuestra gratitud por lo que hacen por nosotros: “Ustedes nos cuidan, nos defienden, ponen en riesgo su vida por nosotros. Permítanos orar por ustedes y sus familias”. Noté un ambiente de fervor y de piedad en casi todos. Para mí fue conmovedor y una experiencia espiritual y pastoral fuerte.

Luego recibí una lección de vida, que me movió a dedicar un tiempo a poner por escrito todo esto.

Cuando los miembros de la comunidad parroquial empezaron a servir la comida, el rancho, como ellos dicen, mi Capitán me dijo: “La mística militar dicta que el oficial de más alto rango y que está a cargo de todo el destacamento debe comer al último; debe cerciorarse primero que toda la base haya tenido suficiente, sólo entonces se sienta”. Le dije yo: “Pues también yo soy el oficial de más alto rango en la Parroquia y estoy a cargo de todo, de modo que igual espero a que todos hayan comido y sólo entonces nos sentamos usted y yo para comer juntos”.

Ese diálogo me ha hecho pensar mucho en el modo como he de ser líder, pastor. Sí, por un lado las jerarquías deben estar claras, los rangos definidos, cada quién debe tener conocimiento preciso de su misión. Hemos de pensar hacia arriba, en nuestros superiores, a los cuales debemos obediencia y con los que hemos de colaborar activamente y con iniciativas responsables; pensar también hacia los lados, en los compañeros, con los que hay que planear, ejecutar, evaluar, codo con codo, solidariamente; pero pensar también en aquellos sobre los que se ejerce nuestro cuidado pastoral, los hermanos y hermanas que están bajo nuestra responsabilidad, de los que con Cristo somos cabezas y pastores.

No puedo desdeñar mi identidad y vocación de pastor; siempre debo actuar así, con reciedumbre y buen ánimo, igual que mi Capitán; sin embargo, ese rango, esa jerarquía, que tampoco debo desdeñar, porque viene de Dios, me coloca en una posición de servicio postrero, de padre familia providente que debe asegurarse no sólo de que el conjunto de todas las responsabilidades se ejecuten correctamente, de modo que la misión de la Iglesia se lleve a cabo, sino que ve también que las personas que están a su cargo cumplan su función pero, sobre todo, que satisfagan sus necesidades de modo integral, a lo que tienen derecho. Sólo hasta entonces he de pensar en comer yo.

Me dijo un par de cosas más: “parte de mi función es también asegurar que la tropa se alimente bien y que mantenga la moral en alto”.

No es cuestión meramente pragmática, es parte de una función que nace de una identidad. Ver con consideración y aprecio a colaboradores y a quienes están a nuestro cuidado es irrenunciable a nuestra vocación pastoral y genera como consecuencia atmósferas comunitarias altamente positivas; entonces la caridad pastoral deberá buscar crear ambientes en los que la espiritualidad y la fe, estando a la base, generen una auténtica espiritualidad comunitaria; ambientes de mutua caridad y servicio recíproco; ambientes de trabajo intenso y de solidaridad activa y responsable, en los que cada persona tenga su lugar y servicios definidos; ambientes en los que se asuman metas e ideales comunes, por los que se luche fraternalmente; ambientes en los que reine también la alegría, el sentido del humor, de forma lúdica, festiva… En fin, ambientes en los que todos y cada uno se sienta como en su casa, en el mejor sentido de la expresión.

Al final, en el tiempo de los agradecimientos, mi Capitán me proclamó ante su tropa como su “amigo”, me hizo sentir muy honrado y agradecido, yo también así lo considero. Qué bueno que la Providencia ocasionalmente me regale estas experiencias nuevas.


jueves, 10 de diciembre de 2015

UNA PUERTA ABIERTA

Una puerta abierta es signo de bienvenida, de recepción cariñosa, de acogida. Más aún cuando hay un anfitrión que nos espera dentro para recibirnos y brindarnos un cariñoso abrazo y para ofrecernos su hospitalidad en un hogar acogedor. Es por ello que pasar por la puerta abierta de una casa es una experiencia altamente enriquecedora que nos hace crecer. El Papa Francisco nos dijo en la homilía de la Eucaristía de apertura del Año Jubilar, antes de abrir la Puerta Santa:

“Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.

Es Dios Padre quien nos abre la puerta, quien nos invita a entrar, quien nos ofrece abrigo en la calidez de su hogar. Así, la Basílica de San Pedro, las demás basílicas de Roma, pero también todas las catedrales del mundo e innumerables iglesias y santuarios del planeta, se convierten en casas de puertas abiertas, por las que pasamos a recibir con gran júbilo el maravilloso regalo de la misericordia del Padre.

Las iglesias no son fríos museos, sino la casa de un Padre que celebra una fiesta para sus hijos (Lc 15, 23-24) que, arrepentidos, nos encaminamos a recibir su amor con corazón abierto y humilde. La misericordia de Dios es sinónimo de fiesta, de júbilo, de “jubileo”.

En nuestra Diócesis no sólo la Catedral de Matamoros, también las Parroquias de Nuestra Señora de Guadalupe de Reynosa, Sagrado Corazón de Valle Hermoso y San Fernando de San Fernando tienen sus Puertas Santas de Misericordia abiertas a recibir a quien busque las gracias especiales que este Año Jubilar ofrece, cumpliendo con las condiciones que la Iglesia pide.

Hemos de ir como peregrinos, como personas que se desapegan de las ataduras que nos vinculan a nuestros egoísmos, como itinerantes que, puestos de pie, se encaminan a la meta soñada, atravesando en este caso la distancia que nos separa del amor de Dios, con penitencia, pero también con gozo. El Santo Padre nos dice:

“La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada. También para llegar a la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación”.

La confesión es también una puerta que nos permite salir de la oscuridad del pecado y entrar a la luz de la gracia; la profesión de fe nos vincula al Credo de la Iglesia peregrina de todos los tiempos y nos une como una sola familia; orar por las necesidades del Santo Padre es un modo concreto de agradecer todo lo que él hace por el Santo Pueblo Fiel de Dios y colaborar al desarrollo feliz de su ministerio.

Salir por la Puerta Santa de la Misericordia tiene también su profundo significado, no puede ser que regresemos al mundo como si nada hubiera pasado; si entramos por la Puerta Santa, salgamos también por ella a practicar la misericordia de la que hemos sido beneficiados. Hay catorce caminos concretos para hacerlo: las obras de misericordia espirituales y materiales. Seamos “misericordiosos como el Padre” (Lc 6,36) y encontrémonos con Jesús que sufre en los más pobres y necesitados. Ellos son también Puertas Santas que nos conducirán a un Reino preparado para nosotros desde la creación del mundo (Cf. Mt 25,32).

¡Buen camino!

miércoles, 25 de noviembre de 2015

PALABRAS DEL PBRO. JOSÉ LUIS CERRA LUNA EN EL ENCUENTRO DEL NUNCIO APOSTÓLICO EN MÉXICO S.E.R. MONS. CRHSITOPHE PIERRE CON EL PRESBITERIO DE MATAMOROS

Buenas Noches, Señor Nuncio Apostólico, Mons. Christophe Pierre, buenas noches Señor Obispo, Mons. Ruy Rendón Leal, buenas noches hermanos sacerdotes.

Soy el padre José Luis Cerra Luna, párroco de la Parroquia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos en Río Bravo, soy además el responsable de la Dimensión Diocesana del Clero.

Señor Nuncio, esta noche me permito ser portavoz de mis hermanos sacerdotes y a nombre de nuestra familia presbiteral ofrecerle un muy cordial saludo de bienvenida, gracias por tomarse este tiempo con nosotros, mis hermanos y yo lo valoramos mucho.

A lo largo de estos 8 años de su presencia en México hemos aprendido a estimarlo con sincero afecto, la profundidad de sus enseñanzas, sus habilidades en el oficio que ejerce y su sencilla cercanía han beneficiado enormemente el caminar de las comunidades eclesiales en México. Es edificante también constatar el modo como ha estado usted haciendo presente en nuestra patria la mentalidad y el querer del Santo Padre Francisco.

Se me ha encomendado la tarea de presentar a usted a nuestro presbiterio, con el cual ha tenido ya oportunidad de convivir en otras ocasiones, ojalá sea esta una oportunidad más para profundizar nuestra relación y conocimiento mutuos.

Personalmente, y sé que lo comparto con muchos otros hermanos, me siento profundamente contento y orgulloso de ser parte de esta familia, no es perfecta; ciertamente nos esforzamos por ejercer lo mejor que podemos nuestro ministerio, pero cometemos los pecados promedio de todo presbiterio, usted los conoce; sin embargo, existe también en nuestra mente y corazón una voluntad muy clara de convivir en un espíritu de auténtica fraternidad, aunque muchas veces no sea fácil, y de estar juntos, codo a codo con nuestro Obispo, entregando la vida a favor del Pueblo Santo Fiel de Dios.

Aunque los números difícilmente expresan la calidez de las realidades humanas, a veces nos pueden acercar a ellas, le presento algunas cifras que pueden ser interesantes.

(Breve presentación Power Point de algunas cifras)

Quisiera ahora pasar a las personas, permítame presentar a usted a Mons. Martín Guerrero Reyna (todos los presentados se van poniendo de pie), el primer sacerdote ordenado en la recién creada Diócesis de Matamoros, hace poco más de 54 años; junto con él le presento a los padres que el aquel tiempo eran seminaristas, algunos de ellos michoacanos, invitados por el primer Obispo, Mons. Estanislao Alcaraz y Figueroa, todos son pilar de nuestra familia; le presento también a los padres Augusto Hernández Ramírez y Alberto del Ángel Vargas, ordenados hace unos meses, quienes, junto con los diáconos transitorios, son nuestra esperanza. En medio estamos todos los demás.

Suplico a todos los párrocos, administradores parroquiales, cuasi párrocos y pastores de rectorías se pongan de pie, Sr. Nuncio, este es el grupo de sacerdotes que con amor llevamos la cura de las almas, somos pastores que ofrecemos a nuestros fieles la Palabra, los Sacramentos y la conducción, en colaboración estrecha con el Obispo y organizados en tres zonas pastorales y doce decanatos. Junto con nosotros, nuestros vicarios parroquiales, amigos, hermanos y compañeros que comparten con nosotros las responsabilidades pastorales en nuestras comunidades y aprenden el arte de la pastoral.

Un servicio indispensable en nuestra Iglesia Local es el que presta la curia administrativa, judicial y pastoral; ellos son los hermanos que colaboran estrechamente con el Obispo en su vocación de conducir en la caridad a la Diócesis, cada uno es brazo derecho del Obispo y sostén firme de la vida diocesana en importantes aspectos. Les estamos muy agradecidos y valoramos su servicio, tantas veces escondido.

El equipo formador del seminario lleva sobre sus hombros la enorme responsabilidad y al mismo tiempo el honor de formar a los futuros pastores, justamente en esta casa; los retos que enfrentan son ciertamente grandes, pero cada uno de los seminaristas es luz que se proyecta hacia el futuro de nuestra Iglesia. Todo el presbiterio y la Diócesis entera oramos y estamos siempre al pendiente de esta valiosísima y amada institución y de los hermanos que la conducen.

De los doce decanatos quisiera presentar a usted de modo especial a los hermanos que integran dos de ellos; estos decanatos se localizan en la periferia geográfica y existencial de nuestra Diócesis: el decanato de San Fernando, de los municipios de San Fernando y Méndez y el decanato de Santa Ana, de los municipios de la Ribereña. Uno y otro han sido escenarios de violencia, así lo ha referido la prensa incluso internacional. Como resulta obvio, el modo de ejercer la pastoral reviste ahí características muy peculiares, pues aunque de modo general muchos de nosotros hemos enfrentado las consecuencias del crimen organizado, los hermanos que han estado en estos decanatos lo han vivido de modo especial y han sido ellos mismos sus víctimas, junto con muchos miembros de sus comunidades. Para todo el presbiterio y para los fieles su testimonio de permanencia, amor al ministerio y valentía representa seguramente uno de los más grandes tesoros de nuestra Diócesis.

Le comento, por último, que gracias a Dios y a la preocupación de nuestros cinco obispos, la Diócesis está organizada, del mismo modo que la Conferencia del Episcopado Mexicano, en Comisiones Dimensiones y Departamentos, lo cual ofrece vitalidad pastoral a todos los aspectos del caminar diocesano y contamos también con todas las instancias de consejo que prevé el Derecho Canónico, lo que permite a nuestro obispo, siempre dispuesto a la escucha, gobernar con acierto y tino.

Muchas gracias por su atención y sepa que en cada una de nuestras parroquias cuenta usted con amigos y con una casa en la que nos sentiríamos privilegiados de recibirlo. Oramos con fervor por su persona y ministerio.

Lo escuchamos ahora con atención.

jueves, 5 de noviembre de 2015

NO TENGO BOLETO

Tengo muchos amigos a los que no les gustan los toros. Es gente buena. No militan en movimientos antitaurinos, ni atacan esgrimiendo argumentos contundentes, no buscan denodadamente cambios de leyes, ni se plantan frente a las plazas con carteles llenos de adjetivos. No les gustan los toros simplemente porque sufren viéndolos morir de esa manera, padecen solidariamente con el dolor del toro. Con los antitaurinos no cuesta trabajo discutir, hay muchos argumentos más contundentes que los suyos; sin embargo, con mis amigos buenos, hasta un poco de pena me da defender la fiesta.

En estos momentos de crisis, todos los que tenemos que ver con la tauromaquia, villamelones, entre los que me cuento, y aficionados verdaderos, matadores y subalternos, personal de plaza y empresarios, también los ganaderos y los comentaristas, todos, tendríamos que hacer un esfuerzo solidario para hacer sobrevivir con dignidad la fiesta a la que amamos, de modo que ante antitaurinos y, con pena y todo, ante nuestros amigos buenos, podamos seguir gozando su estética.

Pero, ¿qué hacer cuando pasan las cosas que hemos sufrido en relación al mano a mano entre José Tomás y Joselito Adame el próximo treinta y uno de enero en la Plaza México? Dijeron que el día dos de noviembre, a las nueve y treinta, estarían disponibles los boletos para la corrida. No fue así. Ni Ticketmaster en Internet ni el teléfono funcionaron nunca. Luego dijeron que los boletos se habían agotado en doce horas. No parece factible. ¿Cómo van a entrar cuarenta mil almas a la Plaza ese día? ¿Quienes poseen derecho de apartado? No parece posible.

Diera la impresión de que alguien venderá a un muy elevado costo entradas los días treinta y treinta y uno y con esto la tauromaquia recibirá una estocada inmerecida y cobarde, contradiciendo el verdadero espíritu que la debe animar. Ojalá José Tomás se dé cuenta de lo que sin querer provoca. Partir plaza una vez al año parecería sólo una actitud enigmática para envolver al matador en una atmósfera de misterio y generar ansiosas expectativas. Sin embargo también desata estas embestidas de ambición y corrupción. Dios no permita que se convierta en divo.

Es lamentable, quien debiera defender la fiesta la está matando, quien tendría que promoverla a final de cuentas limita su difusión y restringe los argumentos para defenderla.

Cuando mis amigos buenos me pregunten con tristeza por qué me gustan los toros, simplemente encogeré los hombros, los antitaurinos tendrán más argumentos.

Yo quería, pero no tengo boleto, y ya no lo quiero.

viernes, 7 de agosto de 2015

PEREGRINACIÓN 2015

Como cada 5 de agosto, desde hace ya muchos años, las Diócesis de Ciudad Victoria, Tampico y Matamoros, acudimos en peregrinación "a postrarnos ante los pies de nuestra Madre Santísima, la Reina de México y la Emperatriz de América"; nos dimos cita fieles laicos, consagrados y consagradas, seminaristas, diáconos, sacerdotes y obispos de las tres Diócesis; juntos formábamos una gran multitud que vivimos una conmovedora experiencia de fe y comunión. Fue emocionante la preparación remota y la espera, así como emprender el camino por esas carreteras de Dios, pero sobre todo, iniciar la peregrinación a pie desde la Glorieta de Peralvillo hacia la casa de la Madre y de todos los mexicanos. Cantos, rezos, danzas y mucha devoción acompañaron nuestro caminar de poco más de tres kilómetros.

Ya sabíamos que la Eucaristía era lo más importante, nos animaba saber que, además, correspondía a nuestro obispo Ruy Rendón Leal presidir y compartir la homilía, lo cual nos hacía sentir mucho más en familia. No sé qué otra cosa se pueda comparar a la belleza de ese Templo, que la Madre del cielo mandó construir, como una casita en la que ella prodiga todo su amor.

Nuestro obispo estructuró su reflexión en cuatro "contemplaciones" del acontecimiento Guadalupano, como lo narra el Nican Mopohua, relacionando cada una de ellas de manera muy armónica con el texto evangélico que se proclamó en la Liturgia de la Palabra (Lc 1,39-45); a cada una de las contemplaciones hizo corresponder otras tantas "enseñanzas" para nuestra vida cristiana, "que instruyen y fortalecen nuestra fe"; al final añadió una quinta contemplación, en la que infundió ánimos y exhortó a la conversión.

1. Contemplamos a María de Guadalupe "que se encamina presurosa a las montañas del Tepeyac para acompañar a un pueblo que se encontraba pasando una grave situación de aflicción". El señor obispo hizo notar que La Santísima Virgen "no se aparece en el centro de la gran ciudad, sino en la periferia, no a una persona de poder y de prestigio, sino a una persona marginada, a San Juan Diego". A esta contemplación hizo corresponder la primera gran enseñanza: "Al igual que María, nosotros también debemos de tener una atención especial por las periferias geográficas y existenciales". Con palabras que nos hicieron recordar al Papa Francisco nuestro obispo nos exhortó a ser una Iglesia en salida, en camino, "acercándonos a los grupos humanos más vulnerables y a los sectores de la población más alejados, más necesitados del Evangelio de la Misericordia"

2. "Contemplamos a María escuchando sus primeras palabras de autopresentación: Yo soy la Siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios por quién se vive"; El señor obispo hizo referencia en este contexto al Dogma Mariano de la Maternidad Divina. Isabel en el Evangelio así la proclama: Jesucristo es "Dios que ha tomado la naturaleza humana en el seno virginal de María". La enseñanza correspondiente "nos lanza a cada uno de nosotros, miembros de la Iglesia a construir lazos de fraternidad y de comunión a nuestro alrededor". Como mexicanos, en este sentido, estamos llamados, a vivir valores como "la solidaridad, el perdón, la reconciliación, el servicio, la paz, la justicia, la honestidad", señaló el señor obispo.

3. "Contemplamos a María portando el bendito fruto de su vientre, Jesús. En efecto, María de Guadalupe vino a reforzar la tarea evangelizadora de la Iglesia, como hizo María con Isabel", a la cual no sólo ayudó, sino que, sobre todo, le compartió a Jesús. En la Tercera enseñanza el señor obispo nos hizo ver que María también nos da a Jesucristo, y ella nos invita a que lo acojamos en nuestro corazón y expresemos nuestra fe "haciéndole caso, poniendo en práctica su Palabra, cumpliendo sus enseñanzas". También nosotros hemos de evangelizar compartiendo nuestra experiencia de fe y la verdad del Evangelio con alegría.

4. "Contemplamos a María expresando una petición: Deseo vivamente que se me construya un Templo, es decir, una comunidad en torno a Dios, y nosotros hemos construido miles y miles de ermitas, capillas, templos, santuarios y comunidades, así nos hemos desbordado en amor a la Virgen", en los que ella a prodigado su amor y ofrecido innumerables milagros. A esta contemplación corresponde una enseñanza: "Hoy pongamos en las manos de la morenita del Tepeyac nuestras penas, sufrimientos, preocupaciones, todo aquello que nos inquieta y nos hace perder muchas veces la paz". Nuestro obispo invitó a que pusiéramos en las manos de la Virgen nuestra realidad tamaulipeca de inseguridad y violencia, crisis económica y laboral con sus consecuencias. Hemos de orar también por los "ataques ideológicos contra la vida humana, el matrimonio y la familia".

5. La quinta contemplación fue sobre todo exhortativa: hemos "de volver a nuestra casa, a nuestra Diócesis, con un verdadero compromiso de amor y conversión, no es posible, después de haber estado con Santa María de Guadalupe en su Templo, regresar a casa en pecado, distanciados de nuestro prójimo, guardando resentimientos, apáticos por el sufrimiento de tanta gente, indiferentes ante la evangelización, regresemos renovados, transformados, felices, comprometidos en la causa de Dios y de su Reino".

Concluimos recitando todos la oración por la paz, que con tanta devoción hacemos los tamaulipecos.

Los efectos que estas palabras y la experiencia en su conjunto provocó en los presentes y en cada comunidad sólo Dios la conoce, seguramente es rica y cargada de Dios, que es lo que verdaderamente importa a la Virgen de Guadalupe. Regresamos a nuestros hogares y a nuestras parroquias como nuestro Obispo Ruy Rendón Leal señaló: Felices. Queriendo enriquecer la vida familiar, comunitaria y social con la belleza del Evangelio Guadalupano.

miércoles, 20 de mayo de 2015

MI TESTIMONIO CON SAN JUAN PABLO II


Les comparto un viejo texto que escribí al día siguiente que concelebré la Eucaristía con San Juan Pablo II, el 28 de mayo de 1998. Las lecturas fueron las del jueves VII de Pascua. Lo transcribo tal cual.

Cuando estaba por salir de México, un día, haciendo oración, decía más o menos al Señor: «Señor, gracias, porque ahora que me voy a Roma, por fin voy a descansar de las tensiones del Seminario, de las clases, de las prisas, de los problemas de los muchachos, de las broncas, del estrés...» etc. etc.

Un poco quitado de la pena, abro el misal para ver las lecturas del día y me topo con el siguiente texto: «Ánimo, porque así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, tendrás que darlo en Roma». Era Jesús que se aparece a Pablo en la noche, cuando se preparaba para ser juzgado en la ciudad donde ahora vivo.

No te imaginas la impresión que me dio, dirigí mi mirada hacia el sagrario, sólo para decir al Señor desde lo íntimo de mi ser y entre perplejo y azorado: «¡te la bañas!». Sentí claramente que el Señor me miraba un poco socarronamente desde el sagrario. Fue oportunidad para iniciar una buena charla con él.

Ya lo había olvidado.

Ayer en la noche, tranquilamente estudiaba para el examen de hoy, cuando «ring, ring» (el teléfono): «¿Es usted el padre José Luis Cerra?». «Sí». «¿Puede venir mañana a las 7:30 de la mañana a concelebrar la misa con el Santo Padre en su capilla privada?». «Sí». «Lo esperamos, pues, en la puerta de bronce, a las 7:00 en punto». «Gracias».

No sabía qué ponerme, mi alba buena estaba sucia, la limpia muy fea, un compañero me prestó una suya muy elegante. Me dormí (es un decir). Cada veinte minutos me despertaba con el temor de que el despertador a la hora no funcionara, efectivamente no funcionó, pero porque me desperté a las 5:00, a las 5:10, a las 5:20, a las 5:28, que fue cuando lo apagué antes de que sonara. Lo había puesto a las 5:30.

A las 7:00 en punto en la famosa puerta de bronce (cosa extraña, no me corté cuando me rasuré), fui el último del grupo en llegar (unas treinta personas), nos condujeron por pasillos, escaleras, más pasillos, salones, pasillos, escaleras y un elevador, pasillos, salones y no más escaleras. Todo muy bonito (además, sin turistas japoneses que tomaran fotos), son cosas que no se ven frecuentemente. Me llamó la atención que había muchos cuadros de tema religioso con estilo moderno. Por fin llegamos a un salón (ya conocido por mí... en fotografía).

A las 7:15 de una puerta salió un monseñor que se ve siempre cerca del Papa en las fotos y en la tele, en persona mucho más amable; aunque no me creas, polaco. «¿En qué lengua será la misa?». Los de lengua española perdimos nueve a uno... decidido, en inglés. Nos revestimos, intercambiábamos breves, muy breves, miradas. Conté a los curas, efectivamente, éramos diez. Y como veinte laicos.

A las 7:30 se abrió otra puerta, entramos, lo primero que vi fue al Santo Padre hincado, orando... se ve que de veras ora; fue la primera gran impresión, pensé: «¡este hombre está platicando personalmente con Dios!», y también: «pero, si yo también platico con él y todos los que hacen oración», pero me repuse: «sí, pero éste es distinto, está hablando con Dios en persona». Nos acomodaron, a los curas en primera fila, cual debe; si estiraba un poquito el pie, podía tocar el pie del Papa, que estaba de espaldas, muy cerca. Encorvado, con su mano que le temblaba. En un momento se tocó con una mano los dos ojos, luego la boca y luego el corazón, adiviné que oraba: «te consagro en este día mis ojos, mi boca, mi corazón, en una palabra todo mi ser, ya que soy todo tuyo, oh Madre de bondad, defiéndeme y ...».

La tela de la sotana se veía viejita, no sucia, pero viejita, no traía la banda, sólo la sotana, floja, después de todo estaba en su casa. Se puso de pie, lo ayudaron a revestirse sus secretarios, un seminarista americano empezó a cantar, extraordinariamente bien, cantos, además, preciosos, todos pascuales, de venida de Espíritu Santo todos.

La capilla es muy chica, apenas cupimos todos, muy moderna. Al fondo hay un mosaico donde se ve la crucifixión de Pedro, que así murió, crucificado... pero con la cabeza hacia abajo. Pensé: «¿cuántas veces el sucesor de Pedro habrá visto este mosaico?, ¿qué habrá pensado de su antecesor, de sus antecesores, de él mismo como el Pedro de hoy?» Vi el sagrario, pequeño, sencillo... contiene la misma Eucaristía de todos los sagrarios del mundo... pensé: «¿cuántas veces Jesús, desde este sagrario le habrá preguntado al sucesor de Pedro: ‘Juan Pablo, ¿me amas?’... y Pedro, en el siglo XX, respondiendo: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo»..., dirigiendo su mirada azul hacia ese mismo sagrario. «Apacienta mis ovejas». Cuando se puso de pie, vi que el terciopelo de su reclinatorio está gastado.

«In the name of the Father...»

Pausado, con dificultad, con unción.

«Let us call to mind our sins». Temblé. No me había acordado hasta entonces que soy pecador.

Pasa el seminarista a hacer la lectura: «A reading from the Acts of the Apostles».

De repente, sin decir agua va, escucho: «Entonces el Señor se apareció a Pablo y le dijo: Ánimo, porque así como has dado testimonio de mi en Jerusalén, tendrás que hacerlo también en Roma».

Impacto fuerte, a Dios no se le olvidan las cosas, es fiel a sus promesas, dialoga con nosotros, más aún, dialoga con cada uno, dialoga conmigo, me ama... las de cocodrilo... «Señor, tú sabes que te amo»...; mirando al sagrario, al mismo sagrario al que diariamente dirige el Vicario de Cristo su mirada orante por toda la Iglesia... «¡te la bañas!», musité.

El Evangelio, Juan 17, la oración sacerdotal de Jesús.. «que todos sean uno como tú Padre en mí y yo en ti somos uno... Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí...»

Que todos sean uno, por adentro (que es donde se encuentran a veces las mayores divisiones) y por afuera, como familia, como comunidad, como amigos; mi familia, mi madre, mis hermanos, mis sobrinos; mi comunidad, mi diócesis, mi obispo, mi presbiterio, mis amigos.

8:10: «Vayan en paz, la misa ha terminado».

Nos quitamos los ornamentos, nos formamos, sale el Papa, despacito («... Viejo, mi querido viejo, ahora ya caminas lento, como desafiando al tiempo...», como desafiando al tercer milenio). Le dice el secretario, «es de México», dice el Papa, «mexicano, mexicano». Y yo que había preparado mi discurso, y yo que había ensayado poses para la foto, nada: mudo y con la cara de bobo («yo soy tu sangre, mi viejo, soy tu silencio y tu tiempo...»). Ha sido el sentimiento nacionalista más intenso que he vivido.

¿Se me podrá olvidar jamás su mirada azul? Él ya no se acuerda, morirá sin saber cómo me miró, yo moriré sabiendo cómo me miró. 

9:15, mi turno para presentar examen oral sobre la espiritualidad del sacerdote diocesano: ante el profesor, un fracaso. En realidad no me importa mucho, hoy he recibido la mejor clase de espiritualidad del sacerdote diocesano de mi vida.

Un abrazo.

José Luis.

miércoles, 22 de abril de 2015

HOMILÍA EN LA CELEBRACIÓN DEL XXV ANIVERSARIO DE ORDENACIÓN SACERDOTAL DEL PBRO. JOSÉ LUIS CERRA LUNA

Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor Jesús. Agradezco la presencia de todos ustedes y aprecio mucho su voluntad de unirse a la acción de gracias que como comunidad queremos elevar por los veinticinco años de ministerio sacerdotal que Dios me ha concedido; agradezco la presencia de los señores Obispos, en primer lugar del nuestro, que preside esta celebración, nuestro querido pastor, Mons. Ruy Rendón Leal; agradezco también la presencia del que sigue siendo nuestro, aunque esté en Querétaro, Mons. Faustino Armendáriz Jiménez y de Mons. Alonso Calzada Guerrero, Obispo Auxiliar de Oaxaca, excelente amigo, contemporáneo de formación; oramos con mucho afecto por la salud de Mons. Francisco Javier Chavolla Ramos, quien me expresó su deseo y su imposibilidad de estar entre nosotros, lo está espiritualmente; la presencia de ustedes manifiesta que el ministerio sacerdotal es un don para toda la Iglesia y que se sitúa en el orden de un sacramento compartido en fraternidad, en jerarquía y en comunión.

Agradezco la presencia de mis hermanos y amigos sacerdotes, son ustedes mi familia, gracias por estar. Gracias al Seminario de Matamoros, su presencia es muy significativa para mí en este momento. También está mi familia. Hola. Expreso mi gratitud por la presencia de miembros de la vida consagrada; Gracias a todos ustedes hermanos y hermanas, miembros de las pastorales, de los movimientos y de los grupos de mi comunidad, de mi amada Parroquia de Nuestra Señora de San Juan de los Lagos, les agradezco con todo el corazón por el enorme trabajo y entrega que implicó para ustedes la organización de estas celebraciones, Dios se lo recompense; doy la bienvenida a los fieles de otras parroquias, especialmente de la querida Parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Matamoros, y de comunidades, grupos, amigos que nos hemos acompañado y hecho camino juntos por estos veinticinco años de peregrinación y aún antes. Gracias también a las autoridades de esta nuestra querida ciudad de Río Bravo.

Quiero iniciar haciendo memoria de un hermano que tendría que estar aquí, en este presbiterio, concelebrando, pero que nos acompaña desde la Liturgia eterna, les suplico que nos unamos para rendir un tributo nacido de la sinceridad de nuestros corazones a mi hermano el Pbro. Santiago Enríquez Rangel, con quien tuve la gracia de recibir el Sacramento del Sagrado Orden, el 21 de abril de 1990, de manos de Mons. Sabás Magaña García, que igualmente nos acompaña desde el cielo y por quien también oramos. Santiago y yo habíamos planeado celebrar juntos nuestro aniversario; su presencia desde la casa del Padre añade a esta celebración una gran profundidad, nos lleva a reflexionar sobre la esencia última del sacerdocio, que es entrega y donación de la propia vida, como hizo él a lo largo de su ministerio, pero sobre todo en el tiempo de su enfermedad, dando a todos un ejemplo elocuente de la vivencia de un sacerdocio asumido con radicalidad. Como frecuentemente él decía: “Pepe y yo somos muy distintos”, pero esas diferencias nos unieron de forma muy especial y fraterna y nos continúan uniendo hoy. Oramos también por mis padres, José Luis y María de Jesús, que a mis hermanos y a mí nos engendraron a la vida, pero también a la fe y gozan ya de la presencia del Señor. Recordamos al P. Madrigal, al P. Demetrio, al P. López y al P. Carmelito A todos ellos, dales, Señor, el descanso eterno. Y brille para ellos la luz perpetua. Descansen en paz. Así sea. Las almas de los fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz. Así sea.

Las dos lecturas de la Liturgia de la Palabra que hemos escuchado hoy se desarrollan en ambientes de fuerte tensión: En la primera, entre Esteban y el Sanedrín, institución que se resistía siempre al Espíritu Santo y en el Evangelio entre Jesús y la gente de la Sinagoga de Cafarnaúm, que le exigía señales y obras para creerle. Todo el capítulo 7 de los Hechos de los Apóstoles, así como el capítulo 6 del Evangelio de San Juan son amplios textos que merecen una lectura serena, meditativa y orante; los textos que corresponden a la Misa de hoy son de alguna manera el culmen de ambas capítulos.

En la primera lectura hemos contemplado a Esteban, que se mantiene firme, pero sereno en la confesión apasionada de su fe, fue fiel a la veracidad de las palabras kerigmáticas que había pronunciado; la reacción desproporcionadamente violenta de los miembros del Sanedrín no hicieron que retrocediera un paso; es más, dicha violencia fue ocasión para que Esteban se uniera místicamente a Jesús y tuviera visiones consoladoras extraordinarias de la gloria de Dios. Su martirio fue semejante al de Cristo, fue como si Jesús participara a Esteban de su propia entrega en la cruz; escuchando la narración de la pasión de Esteban no podemos dejar de pensar en la narración de la pasión de Jesucristo: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”, “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”, “diciendo esto se durmió en el Señor”.

Jesús en el Evangelio también se mantiene firme en medio de demandas llenas de intereses personales y egoístas de la gente, lo buscaban porque les había dado de comer; Jesús tiene una palabra a la que es fiel, aún en medio de exigencias populares y retos que brotaban de la incredulidad; la gente quería señales y obras, quería más milagros, no les bastó el de la multiplicación de los panes. Ante esto Jesús nos da a conocer el sentido de su entrega declarándose a sí mismo “Pan de vida” y ofreciendo una enseñanza bellísima llena de contenidos eucarísticos y salvíficos. Acercándonos a él no tendremos hambre, creyendo en él nunca tendremos sed. Como sabemos, fueron palabras que no gustaron y que llevaron a que la gente lo abandonara.

Esta Palabra de Dios y estas reflexiones compartidas, provocan el día de hoy especial eco en mi corazón. Dios me ha llamado a proclamar su Palabra como profeta, como misionero, pero antes me llama a que le escuche como discípulo. Todo lo que he compartido en esta homilía quisiera en primer lugar decírmelo a mí mismo, como palabra profética dirigida a mi corazón; permítanme que me apropie la Liturgia de la Palabra de este día, como mensaje de Dios dirigido también a mi persona.

Les comparto que por un lado es una Palabra que me consuela, porque ilumina de modo claro el estilo como Jesucristo quiere que viva el ministerio por el que me ha unido a él: me quiere como Esteban, testigo fiel en medio de las dificultades, bien plantado, con la mirada llena de Dios y de su gloria, quiere mi palabra coherente, serena, firme y apasionada, quiere que sea un hombre valiente, decidido y arrojado, me quiere penetrado de su Espíritu y fiel hasta el final. Me consuela saber que Jesucristo quiere, además, que me alimente de él, de su Cuerpo que da vida, de la Eucaristía de la que soy ministro, pero quiere que yo también me convierta en Pan, en Eucaristía que se entrega como alimento para los demás y que lo haga a con su estilo, como él, pendiente y providente de las necesidades reales del Pueblo a mí encomendado, pero permaneciendo por encima de manipulaciones y exigencias que broten de motivaciones contaminadas, principalmente de las mías propias.

Al mismo tiempo, es una Palabra que me hace temblar, pues no me es difícil constatar lo lejos que estoy y que he estado de lo que Dios quiere de mí. Pienso en mi sacerdocio como un proyecto nunca acabado y pienso en mi persona como necesitada permanentemente de conversión. El día de hoy quiero ante Dios y ante la comunidad refrendar mi decisión de seguirlo según el modelo que esta Palabra me presenta y que no deja de fascinarme y de atraerme poderosamente, pido a todos ustedes oración para que en medio de mis debilidades luche por ser fiel.

El día de hoy no tengo otra cosa que presentar a Dios como ofrenda de gratitud por estos veinticinco años que mi corazón. Reconozco que el corazón que deseo ofrecer a Dios es en primer lugar el corazón de un hombre enamorado. De manera muy imperfecta, pero real, veo reflejado mi propio corazón en el de Esteban y en el de Jesús, me identifico fuertemente con ellos, pues son ellos ante todo hombres intensamente enamorados. A lo largo de estos veinticinco años he ido descubriendo que mi amor ha de girar en torno dos ejes: el amor a Jesucristo y el amor a la Iglesia.

Y sí, amo a Jesucristo que me hizo nacer en una hermosa familia y que me llamó a la fe desde mi infancia y mi juventud, principalmente a través de mis padres; amo a Jesús que me llamó a esta maravillosa vocación al sacerdocio, que ha sido aventura diaria y pasión delirante; amo a Jesús que ha caminado conmigo a los largo de estos años como peregrino fiel, primero en mi formación inicial en el seminario y luego a lo largo de estos veinticinco años de ministerio; amo a Jesús que me ha dado la oportunidad de servirlo en gratificantes ministerios, primero en la formación de los futuros pastores en el Seminario, y luego en dos queridísimas y entrañables parroquias, Nuestra Señora de la Asunción en Matamoros y Nuestra Señora de San Juan de los Lagos en Río Bravo; amo a Jesús porque me ha llamado a servirlo en la formación permanente de mis hermanos sacerdotes, en los movimientos laicales y en otros apostolados diocesanos; amo a Jesús porque me ha dado amigos y amigas con quienes he compartido como hermano tantas experiencias, amigos sacerdotes y amigos y amigas laicos, a muchos de ellos me une una amistad de años; amo a Jesús porque a mi espíritu nómada, ha correspondido dándome la oportunidad de visitar muchos y bellos lugares que me han enriquecido grandemente.

Me reconozco también como hombre que ama a la Iglesia, mi segundo gran amor, a esta amadísima institución a la que pertenezco y que me pertenece, no me concibo fuera de ella, de sus estructuras, de sus servicios, de sus leyes, de su jerarquía, del estilo de su presencia en el mundo; amo al Papa, amo a mi obispo, y a los obispos, amo a mis hermanos sacerdotes, amo a los fieles que la componen, amo sus movimientos y sus carismas, sus comunidades, sus asociaciones. Amo a la Diócesis de Matamoros y sus instituciones, amo su clima, sus paisajes, sus caminos, su cultura, su idiosincrasia norteña, amo a las familias, a sus mujeres y a sus hombres, a sus niños y a sus ancianos; amo ser sacerdote en la Iglesia, amo ser párroco, no desdeño mi vocación de ser pastor, amo ejercer un servicio de autoridad y liderazgo, amo proveer la Palabra de Dios y los Sacramentos a la comunidad, amo reconocer los ministerios y carismas e impulsarlos, amo construir comunidades cimentadas en la caridad, comunidades de discípulos misioneros, amo ser yo mismo discípulo misionero en la Iglesia para el mundo. Soy hijo de la Iglesia y quiero seguir siéndolo el resto de mi vida, obedeciendo con docilidad y militando en ella de modo activo, dinámico, creativo, para consolidarla, para hacerla brillar con un resplandor siempre rejuvenecido.

Así como presento un corazón enamorado de Jesús y de la Iglesia como ofrenda de gratitud por estos veinticinco años de vida ministerial, pido a Dios que reciba también como ofrenda un corazón muy humano, muchas veces he pensado que demasiado humano, porque en mi pecho late también un corazón en el que existen dudas, desconciertos, oscuridades, sentimientos que chocan y afectos que no logro del todo sintetizar y orientar como es debido; descubro motivaciones contaminadas e intereses que buscan más mi propio reino que el Reino de Dios y que me ligan de más al estilo de este mundo. La historia de mi ministerio sacerdotal ha sido también historia de pecado. Por eso, aunque no me cuesta identificarme con Esteban y con Jesús, tampoco es difícil verme proyectado en el Sanedrín y en la gente de la Sinagoga de Cafarnaúm. Por eso en este día quiero pedir perdón, porque muchos de ustedes, en diversas ocasiones, han sido víctimas de este corazón que no deja de estar dividido; les pido también paciencia, sobre todo a los más cercanos y, sobre todo, les suplico oración, pidan para que no cese de estar en un proceso permanente de conversión en todos los niveles de mi vida.

Agradezco a Dios y a la Santísima Virgen la oportunidad que me ha dado en este día de dirigirme a todos ustedes, gracias nuevamente por su presencia y su amistad, gracias por tantas manifestaciones de cariño sincero y desinteresado, me siento un ser privilegiado al descubrirme un hombre rodeado de amor. Dios les pague.

sábado, 28 de febrero de 2015

PORQUE EL SEGUNDO SE PLANTA

PASEILLO

Lo que me abrió los ojos y la admiración al mundo de la fiesta sucedió una tarde de visita a la México que no tenía planeada; ahí presencié por primera vez una corrida, no sé de quién, ojalá pudiera recuperar ese cartel que dio nuevos elementos de color y emoción a mi vida de aficionado tardío. "¿Por qué al primer torero lo abuchean y al otro le aplauden?", pregunté a Eduardo. "Porque el segundo se planta", me respondió sin más. Y como sólo muy ocasionalmente sucede en la vida, recibí una iluminación interior. Aprecié y admiré no sólo esa bellísima danza desigual, sino que me fue permitido leer mi vocación de modo diverso. 

Y es que he ido cayendo en la cuenta que aún en medio incluso de los debates, pensar en la tauromaquia conduce a la asociación necesaria de otras ideas menos técnicas, pero más coloridas, como fiesta, belleza, maestría, bravura y arte, o en metáforas, como ritual, poesía, ritmo y danza. También inevitablemente nos sitúa ante los delicadísimos, intangibles y existenciales vértices que se dan entre la vida y la muerte, entre la bravura bestial y el espíritu infinito del hombre, entre el desmedido ímpetu del animal y el acompasado uso de la muñeca del torero, entre el valor y el miedo, a final de cuentas, entre barrera de sol y barrera de sombra.

Quiero ser matador, quiero ser maestro, quiero ser artista; quiero someterme a un ritual preciso y simbólico de tiempos, jerarquías, música y colores; quiero aprender a citar y a engañar, a ser experto en la técnica de los pases y a cargar la suerte; quiero "plantarme" con elegancia, belleza, ritmo y serenidad ante las embestidas irracionales de la vida y de mí mismo; quiero, a final de cuentas, ser dueño de la más fría y calculadora racionalidad y simultáneamente de la más intensa pasión, para tirarme a matar con precisión y contundencia.

Soy un hombre pacífico, que huye del conflicto y de la pelea, incapaz de matar una cucaracha sin que me deje de sentir mal. Cómo era posible entonces que esa tarde fuera yo arrastrado por emociones tan hondas e intensas presenciando esa lucha, por así decirlo, de toro y torero y que esa lucha me pareciera una coreografía no ensayada, pero artísticamente ejecutada. Me desconcertó la reacción de mi corazón y de la totalidad de mi sistema nervioso y respiratorio cuando el torero mató y el toro dobló. ¿Por qué experimentaba yo eso? ¿Por qué me se despertaban tales reacciones? ¿Por qué justo emociones tan estéticas y tan eróticas? ¿Se asomaba mi genoma de ancestral cazador, de guerrero, de estratega y de conquistador de tierras y corazones? 

PRIMER TERCIO

No sé mucho de la fiesta, quisiera saber más, pero a pesar de mi incipiente iniciación, he ido aprendiendo a gozar y apreciar las buenas faenas; además, he ido entendiendo que en muchas cosas me descubro reflejado.

En la Liturgia que me da identidad también yo, como sacerdote, me visto de luces, a una hora precisa parto plaza en un paseíllo, desfilo con mi cuadrilla, obedezco un ritual compuesto de tiempos determinados. Hay también música y afición, hay un ruedo, incluso barrera; pero sobre todo, me fundo en un sacrificio real, en el que hay un Cuerpo entregado y Sangre que se derrama, en el que me convierto en victimario y víctima con Cristo, que es sacrificador y sacrificado.

Y entonces caigo en la cuenta que la liturgia no puede ser un ritual despojado de su significación estética y de las emociones que les son inherentes; lo que entra en juego son cosas muy importantes como para que pasen desapercibidas, el rol que desempeño es discreto, pero protagónico y me da la responsabilidad de ejecutarlo no de cualquier modo, sino sincera, creíble y, porqué no, estéticamente; portando emociones y provocando transformaciones.

¿Cómo lograr que las rúbricas se conviertan a través de mis gestos y de mi impronta en canales de devoción y de emociones místicas para quien participa en la Liturgia? Eso es arte y un arte cada vez más necesario en nuestras comunidades, el arte del presidente. No se trata de triunfar, ni de salir en hombros por la puerta grande, que también la hay, el que triunfa es otro, y con su triunfo derrota definitivamente a la bestia que oprime el mundo; sin embargo, en la modesta tarea que me es encomendada, siento la responsabilidad de ser artista y provocar una sintonía que una los corazones, con maestría y dominio, como hacen los buenos toreros. 

SEGUNDO TERCIO

No sé cómo sean los toreros en lo cotidiano de su existencia, si también en su vida diaria se planten y dominen las inevitables embestidas de la vida, como hacen con los toros en la arena. En cuanto a mi toca, también quiero ser un diestro en el ruedo de mi vida. 

"Con nuestras embestidas le encuentras sentido a tu existencia" le dijo Navegante, el toro que lo corneó, a José Tomás, mientras se recuperaba en el hospital, como lo relató él mismo al recibir el premio Paquiro en 2011. Lo que da sentido a mi existencia es ser cabeza y pastor con Cristo Cabeza y Pastor, y eso, como nos dice Francisco, "con olor a oveja". 

Las ovejas no embisten, no tienen astas, son dóciles, y cuando reconocen la voz del pastor lo siguen. Sin embargo, la vida pastoral, cuando se decide a enfrentarla con pasión y entrega incluye inevitables riesgos y es compleja; son abundantes las tareas con sus correspondientes efectos interiores: se pasa de ayudar a desentrañar complejos mecanismos interiores de las almas que acuden a nosotros, a organizar ejecutivamente proyectos y procesos, presidiendo o participando en equipos a distintos niveles; saltamos en un segundo de acompañar momentos íntimamente llenos de alegría de nuestra gente, a compartir sus tragedias, ante las que muchas veces es mejor callar; igual nos ocupamos de la evangelización, de la predicación, de la enseñanza y profundización de la fe, que de la administración de bienes materiales o de asuntos laborales o de construcción; el triple sistema de relaciones que nos caracteriza es también complejo, nuestro obispo, nuestros hermanos sacerdotes, nuestros fieles, cada uno de ellos con sus respectivas exigencias y retos; presidimos la liturgia, administramos la vida sacramental, encabezamos iniciativas de caridad, atendemos relaciones públicas y hasta políticas, defendemos nuestra vida privada, tenemos amigos y familia; pasamos circularmente de la soledad silenciosa a la actividad, de la oración al trabajo.

Es necesaria entonces la unidad interior. Cuando veo una buena corrida, el torero me comunica concentración, entrega a un solo objetivo, inteligencia, técnica, pasión y dominio. Él es el dueño del momento, no el toro, no el respetable, no el juez, mucho menos la posibilidad de uno, dos o tres apéndices, o del paseo en hombros. Es él quien toma el control y quien domina con arte y estética embestidas bravas, arriesgando la vida, lo hace con lentitud y galanura, estampando su impronta en cada pase y en cada solución que ofrece, provocando emociones y unidad de corazones a su alrededor. 

En muchas ocasiones somos víctimas de las dificultades, simplemente nos suceden cosas y, en todo caso, hacemos lo posible por sortearlas lo mejor que podemos, saliendo al paso; el matador, en cambio, se da el lujo de citar al toro y de cargar la suerte, ahí radica su genialidad y lo que lo convierte en maestro.

No me visualizo "padeciendo" la vida pastoral, sino poseyendo el talante de la claridad de mente y del cúmulo de emociones necesarios para citar sus embates y cargarle la suerte, como yo decida, conduciendo su bravura según mi propia genialidad, concentradamente, apasionadamente. 

San Gregorio Magno decía que la vida pastoral es el "arte de las artes", entonces el pastor es un artista que imprime belleza a su labor y es mediador de cambios de vida. La principal defensa de la tauromaquia ante las polémicas que se han desatado respecto a su validez consiste precisamente en presentarla como arte; la vida pastoral es arte, es el arte de las artes y es perfectamente válida en las circunstancias actuales, la presencia del pastor en la vida pública no es pieza de museo, como tampoco lo es la del torero. A los pastores nos corresponde no sólo cobrar conciencia de esta realidad, sino de ejecutarla con sentido, con entrega, lo que nos haría verdaderos hombres.

TERCER TERCIO

Hay otra arena, que no es visible, donde se lleva a cabo una faena tan dramática como la del ruedo, es la que se desarrolla dentro de la delimitada barrera de la vida interior. Qué toros pueden ser más bravos que los que cada uno llevamos dentro; sus astas suelen ser descomunales y son frecuentes las revolcadas y las cogidas; las corridas interiores no son asépticas, adentro, en el alma, las taleguillas también se manchan de sangre o se rompen, la carne es penetrada, llega haber agonía y muerte.

A veces, cuando se habla del control de las pasiones y de los impulsos, se hace de manera demasiado técnica y hasta simplista, como si pudiera haber un recetario que nos condujera paso a paso a un rígido e inmóvil encasillamiento de lo que de por sí es en ocasiones escurridizo y en ocasiones brutal. Lo que he dicho en los dos tercios anteriores puede pensarse del tercero, sobre todo lo que se refiere al arte.

Es en este tercio que el torero se queda solo con el toro, sin varas, sin banderillas; entra solo con la muleta, la cual le permite ejecutar sus mejores suertes y lucirse de modo espléndido, conduciendo al toro de manera magistral; es en este tercio que se ejecuta la suerte máxima: la espada. El acero triunfa sobre el asta, quien vence ha de ser el hombre.

Me llama la atención el respeto y la admiración que profesa el mundo taurino hacia los toros, es justamente la tauromaquia la que permite la preservación de su especie y de su bravura, sin pretender convertirlos nunca en "vacas lecheras", como dice Vargas Llosa. Toro y torero se unen en armonía, vencer al toro no es arrebatarle su carácter, sino permitir que lo luzca y que se le admire. Así tendríamos que lidiar con nuestros propios toros, que no son sólo manifestaciones del demonio, sino fuerzas humanas con las que hay qué convivir, venciéndolas con galanura, pero ejerciendo sobre ellas una clara hegemonía. 

Nadie sabe qué pasó en el ruedo interior de Juan Belmonte quien, junto con Joselito, fue artífice del nuevo toreo, pareciera que recibió una cornada mortal de su toro interior, que nadie juzgue. Quien se tira a matar y debe hacerlo soy yo, no la bestia, mis bestias, aunque a lo largo de mi vida haya tenido que pagar elevados precios. Por eso, en el dominio de mí mismo, quisiera ser contundente como los mejores y no sólo pinchar o adelantarme o atrasarme, sino asestar justo en el morrillo, con la inclinación y la fuerza adecuadas, metiendo todo el cuerpo y el alma. Cuántas grandes faenas han sido desmerecidas por un pinchazo.

"Vivir sin torear no es vivir", dijo José Tomás en esa misma ocasión, en el discurso que me conmovió tanto. Pensé primero que exageraba, pero viéndolo bien, tiene razón. Ya sé que no recibiré un Paquiro y que me falta mucho por adentrarme en el arte del toreo, tanto en las plazas como en estos reflejos que he encontrado en mi vida, lo que sí sé es que quiero vivir toreando.


José Luis Cerra Luna



El camino es siempre punto de partida, siempre trayecto y también meta. El peregrino, aunque se dirige siempre hacia el poniente, va dando pasos también hacia el corazón del mundo, de los hombres, de sí mismo, de Dios.
El camino de Santiago es una escuela de vida espiritual, no sólo porque desata una serie de mecanismos psicológicos que impulsan a la introyección, sino porque siendo el ser humano un irremediable caminante, como la antropología y la fe lo atestiguan, el Espíritu Santo conduce lentamente al creyente al encuentro con el Dios de Israel, Pueblo peregrino en el desierto, y con Jesucristo, compañero del Camino de Emaús. El Camino es encuentro con la Palabra y con la Eucaristía, también con el corazón de hermanos y hermanas peregrinos que vibran en la misma sintonía, el Camino es lugar privilegiado de fraternidad entre las naciones. El dolor, la fatiga, las dificultades, se acompañan con el enorme gozo de la contemplación del Dios que vive en el corazón peregrino.