Cuando transcurre el tiempo, y va pasando la juventud, se desarrolla la idea de que ya se ha vivido de todo.
Sin embargo, de vez en cuando la Providencia nos ofrece nuevas experiencias.
Ayer comí con el Capitán encargado
de la seguridad en la ciudad donde vivo. Un hombre disciplinado, consciente de
su misión y de las dificultades que ésta conlleva; aparentemente duro, pero en
el fondo humano y sensible; persona de certezas y claridad de mente, pero también
con temores y con una visión peculiar de vida, pues la suya y la de sus
subalternos pende siempre de un hilo. Me dijo: “En la mañana saludo a un compañero y no sé si le daré las buenas noches”. Detrás del uniforme es seguro que haya una lista de logros heroicos, los cuales probablemente convivan con
conflictos de conciencia, después de todo no son ellos las Hijas de la Caridad
de la Madre Teresa.
La ocasión fue un momento de
convivencia navideña de la comunidad parroquial con el destacamento en la
improvisada base donde viven. Perfecto anfitrión. Con orgullo y reciedumbre me
mostró las instalaciones, las cuales, aunque llenas de carencias, reflejan el
espíritu de la disciplina militar y sus jerarquías; de manera habilidosa ellos
mismos han ido tratando de adecuar su hogar a su estilo de vida y a la función que desarrollan en
nuestra comunidad. El cuarto de tácticas dista mucho de la idea que pueda
presentarnos nuestra imaginación. Hay mucha austeridad, pero me dicen que en
otros lados es todavía mayor.
No sabía yo los alcances a los que
podíamos llegar en cuanto al tipo de expresión específicamente religiosa, de
manera respetuosa le propuse a mi Capitán una pequeña lectura de la Palabra de
Dios, un momento de oración y la petición de posadas. “Claro que sí, Padre”. Juntó
a todos y así se hizo, con mucho respeto, advirtiendo a los muchachos que lo
hacíamos considerando las convicciones religiosas de cada quien, pero también
como una expresión de nuestra gratitud por lo que hacen por nosotros: “Ustedes
nos cuidan, nos defienden, ponen en riesgo su vida por nosotros. Permítanos orar
por ustedes y sus familias”. Noté un ambiente de fervor y de piedad en casi
todos. Para mí fue conmovedor y una experiencia espiritual y pastoral fuerte.
Luego recibí una lección de vida,
que me movió a dedicar un tiempo a poner por escrito todo esto.
Cuando los miembros de la comunidad
parroquial empezaron a servir la comida, el rancho, como ellos dicen, mi
Capitán me dijo: “La mística militar dicta que el oficial de más alto rango
y que está a cargo de todo el destacamento debe comer al último; debe
cerciorarse primero que toda la base haya tenido suficiente, sólo entonces se
sienta”. Le dije yo: “Pues también yo soy el oficial de más alto rango en la
Parroquia y estoy a cargo de todo, de modo que igual espero a que todos hayan
comido y sólo entonces nos sentamos usted y yo para comer juntos”.
Ese diálogo me ha hecho pensar
mucho en el modo como he de ser líder, pastor. Sí, por un lado las jerarquías
deben estar claras, los rangos definidos, cada quién debe tener conocimiento
preciso de su misión. Hemos de pensar hacia arriba, en nuestros superiores, a
los cuales debemos obediencia y con los que hemos de colaborar activamente y
con iniciativas responsables; pensar también hacia los lados, en los compañeros, con los que hay
que planear, ejecutar, evaluar, codo con codo, solidariamente; pero pensar
también en aquellos sobre los que se ejerce nuestro cuidado pastoral, los hermanos y
hermanas que están bajo nuestra responsabilidad, de los que con Cristo somos
cabezas y pastores.
No puedo desdeñar mi identidad y
vocación de pastor; siempre debo actuar así, con reciedumbre y buen ánimo,
igual que mi Capitán; sin embargo, ese rango, esa jerarquía, que tampoco debo
desdeñar, porque viene de Dios, me coloca en una posición de servicio postrero,
de padre familia providente que debe asegurarse no sólo de que el conjunto de
todas las responsabilidades se ejecuten correctamente, de modo que la misión de
la Iglesia se lleve a cabo, sino que ve también que las personas que están a su
cargo cumplan su función pero, sobre todo, que satisfagan sus necesidades de
modo integral, a lo que tienen derecho. Sólo hasta entonces he de pensar en
comer yo.
Me dijo un par de cosas más: “parte
de mi función es también asegurar que la tropa se alimente bien y que mantenga
la moral en alto”.
No es cuestión meramente pragmática,
es parte de una función que nace de una identidad. Ver con consideración y
aprecio a colaboradores y a quienes están a nuestro cuidado es irrenunciable a
nuestra vocación pastoral y genera como consecuencia atmósferas comunitarias
altamente positivas; entonces la caridad pastoral deberá buscar crear ambientes
en los que la espiritualidad y la fe, estando a la base, generen una auténtica
espiritualidad comunitaria; ambientes de mutua caridad y servicio recíproco;
ambientes de trabajo intenso y de solidaridad activa y responsable, en los que
cada persona tenga su lugar y servicios definidos; ambientes en los que se
asuman metas e ideales comunes, por los que se luche fraternalmente; ambientes
en los que reine también la alegría, el sentido del humor, de forma lúdica,
festiva… En fin, ambientes en los que todos y cada uno se sienta como en su casa, en el
mejor sentido de la expresión.
Al final, en el tiempo de los
agradecimientos, mi Capitán me proclamó ante su tropa como su “amigo”, me hizo
sentir muy honrado y agradecido, yo también así lo considero. Qué bueno que la Providencia ocasionalmente me
regale estas experiencias nuevas.