sábado, 26 de diciembre de 2015

LA COMIDA CON MI CAPITÁN

Cuando transcurre el tiempo, y va pasando la juventud, se desarrolla la idea de que ya se ha vivido de todo. Sin embargo, de vez en cuando la Providencia nos ofrece nuevas experiencias.

Ayer comí con el Capitán encargado de la seguridad en la ciudad donde vivo. Un hombre disciplinado, consciente de su misión y de las dificultades que ésta conlleva; aparentemente duro, pero en el fondo humano y sensible; persona de certezas y claridad de mente, pero también con temores y con una visión peculiar de vida, pues la suya y la de sus subalternos pende siempre de un hilo. Me dijo: “En la mañana saludo a un compañero y no sé si le daré las buenas noches”. Detrás del uniforme es seguro que haya una lista de logros heroicos, los cuales probablemente convivan con conflictos de conciencia, después de todo no son ellos las Hijas de la Caridad de la Madre Teresa.

La ocasión fue un momento de convivencia navideña de la comunidad parroquial con el destacamento en la improvisada base donde viven. Perfecto anfitrión. Con orgullo y reciedumbre me mostró las instalaciones, las cuales, aunque llenas de carencias, reflejan el espíritu de la disciplina militar y sus jerarquías; de manera habilidosa ellos mismos han ido tratando de adecuar su hogar a su estilo de vida y a la función que desarrollan en nuestra comunidad. El cuarto de tácticas dista mucho de la idea que pueda presentarnos nuestra imaginación. Hay mucha austeridad, pero me dicen que en otros lados es todavía mayor.

No sabía yo los alcances a los que podíamos llegar en cuanto al tipo de expresión específicamente religiosa, de manera respetuosa le propuse a mi Capitán una pequeña lectura de la Palabra de Dios, un momento de oración y la petición de posadas. “Claro que sí, Padre”. Juntó a todos y así se hizo, con mucho respeto, advirtiendo a los muchachos que lo hacíamos considerando las convicciones religiosas de cada quien, pero también como una expresión de nuestra gratitud por lo que hacen por nosotros: “Ustedes nos cuidan, nos defienden, ponen en riesgo su vida por nosotros. Permítanos orar por ustedes y sus familias”. Noté un ambiente de fervor y de piedad en casi todos. Para mí fue conmovedor y una experiencia espiritual y pastoral fuerte.

Luego recibí una lección de vida, que me movió a dedicar un tiempo a poner por escrito todo esto.

Cuando los miembros de la comunidad parroquial empezaron a servir la comida, el rancho, como ellos dicen, mi Capitán me dijo: “La mística militar dicta que el oficial de más alto rango y que está a cargo de todo el destacamento debe comer al último; debe cerciorarse primero que toda la base haya tenido suficiente, sólo entonces se sienta”. Le dije yo: “Pues también yo soy el oficial de más alto rango en la Parroquia y estoy a cargo de todo, de modo que igual espero a que todos hayan comido y sólo entonces nos sentamos usted y yo para comer juntos”.

Ese diálogo me ha hecho pensar mucho en el modo como he de ser líder, pastor. Sí, por un lado las jerarquías deben estar claras, los rangos definidos, cada quién debe tener conocimiento preciso de su misión. Hemos de pensar hacia arriba, en nuestros superiores, a los cuales debemos obediencia y con los que hemos de colaborar activamente y con iniciativas responsables; pensar también hacia los lados, en los compañeros, con los que hay que planear, ejecutar, evaluar, codo con codo, solidariamente; pero pensar también en aquellos sobre los que se ejerce nuestro cuidado pastoral, los hermanos y hermanas que están bajo nuestra responsabilidad, de los que con Cristo somos cabezas y pastores.

No puedo desdeñar mi identidad y vocación de pastor; siempre debo actuar así, con reciedumbre y buen ánimo, igual que mi Capitán; sin embargo, ese rango, esa jerarquía, que tampoco debo desdeñar, porque viene de Dios, me coloca en una posición de servicio postrero, de padre familia providente que debe asegurarse no sólo de que el conjunto de todas las responsabilidades se ejecuten correctamente, de modo que la misión de la Iglesia se lleve a cabo, sino que ve también que las personas que están a su cargo cumplan su función pero, sobre todo, que satisfagan sus necesidades de modo integral, a lo que tienen derecho. Sólo hasta entonces he de pensar en comer yo.

Me dijo un par de cosas más: “parte de mi función es también asegurar que la tropa se alimente bien y que mantenga la moral en alto”.

No es cuestión meramente pragmática, es parte de una función que nace de una identidad. Ver con consideración y aprecio a colaboradores y a quienes están a nuestro cuidado es irrenunciable a nuestra vocación pastoral y genera como consecuencia atmósferas comunitarias altamente positivas; entonces la caridad pastoral deberá buscar crear ambientes en los que la espiritualidad y la fe, estando a la base, generen una auténtica espiritualidad comunitaria; ambientes de mutua caridad y servicio recíproco; ambientes de trabajo intenso y de solidaridad activa y responsable, en los que cada persona tenga su lugar y servicios definidos; ambientes en los que se asuman metas e ideales comunes, por los que se luche fraternalmente; ambientes en los que reine también la alegría, el sentido del humor, de forma lúdica, festiva… En fin, ambientes en los que todos y cada uno se sienta como en su casa, en el mejor sentido de la expresión.

Al final, en el tiempo de los agradecimientos, mi Capitán me proclamó ante su tropa como su “amigo”, me hizo sentir muy honrado y agradecido, yo también así lo considero. Qué bueno que la Providencia ocasionalmente me regale estas experiencias nuevas.


jueves, 10 de diciembre de 2015

UNA PUERTA ABIERTA

Una puerta abierta es signo de bienvenida, de recepción cariñosa, de acogida. Más aún cuando hay un anfitrión que nos espera dentro para recibirnos y brindarnos un cariñoso abrazo y para ofrecernos su hospitalidad en un hogar acogedor. Es por ello que pasar por la puerta abierta de una casa es una experiencia altamente enriquecedora que nos hace crecer. El Papa Francisco nos dijo en la homilía de la Eucaristía de apertura del Año Jubilar, antes de abrir la Puerta Santa:

“Entrar por la puerta significa descubrir la profundidad de la misericordia del Padre que acoge a todos y sale personalmente al encuentro de cada uno”.

Es Dios Padre quien nos abre la puerta, quien nos invita a entrar, quien nos ofrece abrigo en la calidez de su hogar. Así, la Basílica de San Pedro, las demás basílicas de Roma, pero también todas las catedrales del mundo e innumerables iglesias y santuarios del planeta, se convierten en casas de puertas abiertas, por las que pasamos a recibir con gran júbilo el maravilloso regalo de la misericordia del Padre.

Las iglesias no son fríos museos, sino la casa de un Padre que celebra una fiesta para sus hijos (Lc 15, 23-24) que, arrepentidos, nos encaminamos a recibir su amor con corazón abierto y humilde. La misericordia de Dios es sinónimo de fiesta, de júbilo, de “jubileo”.

En nuestra Diócesis no sólo la Catedral de Matamoros, también las Parroquias de Nuestra Señora de Guadalupe de Reynosa, Sagrado Corazón de Valle Hermoso y San Fernando de San Fernando tienen sus Puertas Santas de Misericordia abiertas a recibir a quien busque las gracias especiales que este Año Jubilar ofrece, cumpliendo con las condiciones que la Iglesia pide.

Hemos de ir como peregrinos, como personas que se desapegan de las ataduras que nos vinculan a nuestros egoísmos, como itinerantes que, puestos de pie, se encaminan a la meta soñada, atravesando en este caso la distancia que nos separa del amor de Dios, con penitencia, pero también con gozo. El Santo Padre nos dice:

“La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada. También para llegar a la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación”.

La confesión es también una puerta que nos permite salir de la oscuridad del pecado y entrar a la luz de la gracia; la profesión de fe nos vincula al Credo de la Iglesia peregrina de todos los tiempos y nos une como una sola familia; orar por las necesidades del Santo Padre es un modo concreto de agradecer todo lo que él hace por el Santo Pueblo Fiel de Dios y colaborar al desarrollo feliz de su ministerio.

Salir por la Puerta Santa de la Misericordia tiene también su profundo significado, no puede ser que regresemos al mundo como si nada hubiera pasado; si entramos por la Puerta Santa, salgamos también por ella a practicar la misericordia de la que hemos sido beneficiados. Hay catorce caminos concretos para hacerlo: las obras de misericordia espirituales y materiales. Seamos “misericordiosos como el Padre” (Lc 6,36) y encontrémonos con Jesús que sufre en los más pobres y necesitados. Ellos son también Puertas Santas que nos conducirán a un Reino preparado para nosotros desde la creación del mundo (Cf. Mt 25,32).

¡Buen camino!