jueves, 11 de mayo de 2023

Visita Ad Limina 2023. Mi encuentro con Francisco


A unos minutos de haber salido de saludar al Papa Francisco, acompañando a mi Obispo, Mons. Eugenio Andrés Lira Rugarcía, en visita Ad Limina, desearía recoger los sentimientos que los católicos de todo el mundo compartimos en torno a la figura del Santo Padre y lo que representa en nuestras vidas. Sí, por un lado, las verdades teológicas sobre el ministerio petrino son muy abundantes y son la base del vínculo que nos une a él, pero, por otro lado, también son abundantes los efectos que estas verdades han hecho nacer en los corazones de millones de católicos de todo el mundo y de todos los tiempos.

Desde que era niño, la presencia de los Papas ha estado en el horizonte de mi fe, desde Pablo VI hasta Francisco, junto con las figuras destacadas de tantos Papas de la historia. Nuestra generación han sido muy bendecida: en las últimas décadas hemos tenido Pontífices ejemplares. Oré ante sus tumbas.

Francisco lleva sobre sus hombros grandes y complicadas responsabilidades, las cuales han tenido innumerables y polémicos efectos, todos lo podemos ver. Al mismo tiempo, es notable que el Santo Padre proyecta una personalidad propia, que ha dotado a su ministerio de características personales, cargadas de un profundo simbolismo, no fácil, para la Iglesia y para el mundo.

Personalmente, el Santo Padre ha sido para mí un ejemplar maestro en el modo como debo vivir mi fe y en la forma en que Dios me llama a ser párroco y pastor. El Papa Francisco me ha conducido a pensar y reflexionar mucho sobre el sentido de la fe, sobre el mundo, sobre la misión de Iglesia y el modo como debe llevarla a cabo. Al mismo tiempo, su siempre cercana presencia, a pesar de la distancia, ha movido mi corazón a desarrollar un afecto muy entrañable por su persona: lo quiero mucho y quisiera compartir de alguna manera sus propios sentimientos, especialmente los que tienen que ver con los temas más difíciles y el modo como los enfrenta.

Es por todo ello que soñaba en saludarlo, experimentar su cercanía y de alguna manera expresarle mi cariño y solidaridad, con la ingenua, pero profunda esperanza, que ello pudiera representar algo para él.

“Soy José Luis Cerra Luna, de la Diócesis de Matamoros… Santo Padre, estoy con usted”. Él no me dijo nada, pero me vio muy bonito. 

Reunidos los sacerdotes presentes, que acompañamos a nuestros Obispos, nos dijo a todos: “Gracias por acompañar a sus Obispos y por todo lo que hacen por ellos…”, y nos dio la bendición; luego, sutilmente nos despidió: “váyanse a tomar una cerveza allá afuera” (quién soy yo para desobedecer al Santo Padre). 

Sus palabras al final me han hecho pensar en los oficios que ahora desempeño en la Diócesis, como párroco y como colaborador del Obispo en su gobierno. Pido a Dios que esta maravillosa experiencia lime un poco las aristas e imperfecciones de mi persona y ministerio y me lance a seguir esforzándome en responder a Dios de la mejor manera, a mi estilo, pero iluminado por el ejemplo de Francisco y de tantos otros maestros y maestras de los que Dios me ha rodeado.

Gracias Mons. Eugenio Andrés Lira Rugarcía por este tremendo regalo. 

Jueves 27 de abril de 2023



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martes, 3 de enero de 2023

Mi pequeño tributo al gran Papa Benedicto XVI

Hace años tuve un sueño muy vívido y extraño: soñé que el Papa Benedicto XVI visitaba mi parroquia y que él y yo caminábamos juntos por calles llenas de baches, charcos y banquetas mal hechas; en un momento dado, lo tomé por el brazo para ayudarlo a evadir algún obstáculo y sentí de manera muy perceptible la fragilidad de sus hombros, esos débiles hombros sobre los que el Papa cargaba el peso de la Iglesia Universal. 

La figura de Benedicto XVI ha sido impactante para mí. Él, un hombre que gustaba de la investigación, en la que encontraba una expresión y profundización de la fe y no un mero ejercicio académico; él, un hombre cuyo carácter, más bien introvertido, prefería la soledad, no como huida, sino como oportunidad de reflexión, interiorización, oración; él, un hombre que tenía la firme convicción de que el mejor servicio que podía prestar a la Iglesia era tras bambalinas, apoyando discretamente al líder que el Espíritu Santo designara; él, por misteriosos caminos de la Providencia, fue elegido por los “señores cardenales”, pastor de la Iglesia universal.

Al escogerme como Obispo de Roma, el Señor ha querido que sea su vicario, ha querido que sea la “piedra” en la que todos puedan apoyarse con seguridad. A él le pido que supla la pobreza de mis fuerzas, para que sea valiente y fiel pastor de su rebaño, siempre dócil a las inspiraciones de su Espíritu (Benedicto XVI, Primer mensaje al final de la concelebración eucarística con los Cardenales electores en la Capilla Sixtina, 20 de abril de 2005).

Siempre admiré el modo cómo en cada momento de su pontificado, siendo consciente de la “pobreza de sus fuerzas” el Papa trató de expresar con sus palabras, con sus decisiones, con sus actitudes, en sus celebraciones, aquello que su conciencia le dictaba era lo mejor para la Iglesia y el mundo en esa etapa concreta de la historia, siendo coherente con la fe, apegado a la verdad, que tanto amó y defendió, e iluminado por una exquisita caridad. 

Muchos se declararon sus admiradores y fieles seguidores, otros fueron sus críticos, ambos polos con algunos representantes de posiciones extremas, otros, esgrimiendo justas y mensuradas razones. Qué figura pública no tiene sus fans y sus detractores, qué hombre no tiene sus luces y sus sombras.

La única vez que vi en persona a Benedicto XVI, no ya en sueños, fue en una audiencia general en Roma, de lejos, mientras pasaba caminando saludando a la gente por el pasillo central del Aula Pablo VI; el primer pensamiento que me vino a la mente fue: “El Papa no es fotogénico”, y es que las imágenes impresas y digitales muchas veces no le hacen justicia; ya en persona  verdaderamente proyectaba una gran bondad de corazón y una genuina humildad, lo cual no contrasta, sino que integra su genio intelectual y su liderazgo global.

Sus últimas palabras iluminan todo: “Señor, te amo”. Dios me conceda, al final de mi vida, poder también decirlas de corazón. Gracias, Papa Benedicto XVI; gracias, Joseph Aloysius.