sábado, 28 de febrero de 2015

PORQUE EL SEGUNDO SE PLANTA

PASEILLO

Lo que me abrió los ojos y la admiración al mundo de la fiesta sucedió una tarde de visita a la México que no tenía planeada; ahí presencié por primera vez una corrida, no sé de quién, ojalá pudiera recuperar ese cartel que dio nuevos elementos de color y emoción a mi vida de aficionado tardío. "¿Por qué al primer torero lo abuchean y al otro le aplauden?", pregunté a Eduardo. "Porque el segundo se planta", me respondió sin más. Y como sólo muy ocasionalmente sucede en la vida, recibí una iluminación interior. Aprecié y admiré no sólo esa bellísima danza desigual, sino que me fue permitido leer mi vocación de modo diverso. 

Y es que he ido cayendo en la cuenta que aún en medio incluso de los debates, pensar en la tauromaquia conduce a la asociación necesaria de otras ideas menos técnicas, pero más coloridas, como fiesta, belleza, maestría, bravura y arte, o en metáforas, como ritual, poesía, ritmo y danza. También inevitablemente nos sitúa ante los delicadísimos, intangibles y existenciales vértices que se dan entre la vida y la muerte, entre la bravura bestial y el espíritu infinito del hombre, entre el desmedido ímpetu del animal y el acompasado uso de la muñeca del torero, entre el valor y el miedo, a final de cuentas, entre barrera de sol y barrera de sombra.

Quiero ser matador, quiero ser maestro, quiero ser artista; quiero someterme a un ritual preciso y simbólico de tiempos, jerarquías, música y colores; quiero aprender a citar y a engañar, a ser experto en la técnica de los pases y a cargar la suerte; quiero "plantarme" con elegancia, belleza, ritmo y serenidad ante las embestidas irracionales de la vida y de mí mismo; quiero, a final de cuentas, ser dueño de la más fría y calculadora racionalidad y simultáneamente de la más intensa pasión, para tirarme a matar con precisión y contundencia.

Soy un hombre pacífico, que huye del conflicto y de la pelea, incapaz de matar una cucaracha sin que me deje de sentir mal. Cómo era posible entonces que esa tarde fuera yo arrastrado por emociones tan hondas e intensas presenciando esa lucha, por así decirlo, de toro y torero y que esa lucha me pareciera una coreografía no ensayada, pero artísticamente ejecutada. Me desconcertó la reacción de mi corazón y de la totalidad de mi sistema nervioso y respiratorio cuando el torero mató y el toro dobló. ¿Por qué experimentaba yo eso? ¿Por qué me se despertaban tales reacciones? ¿Por qué justo emociones tan estéticas y tan eróticas? ¿Se asomaba mi genoma de ancestral cazador, de guerrero, de estratega y de conquistador de tierras y corazones? 

PRIMER TERCIO

No sé mucho de la fiesta, quisiera saber más, pero a pesar de mi incipiente iniciación, he ido aprendiendo a gozar y apreciar las buenas faenas; además, he ido entendiendo que en muchas cosas me descubro reflejado.

En la Liturgia que me da identidad también yo, como sacerdote, me visto de luces, a una hora precisa parto plaza en un paseíllo, desfilo con mi cuadrilla, obedezco un ritual compuesto de tiempos determinados. Hay también música y afición, hay un ruedo, incluso barrera; pero sobre todo, me fundo en un sacrificio real, en el que hay un Cuerpo entregado y Sangre que se derrama, en el que me convierto en victimario y víctima con Cristo, que es sacrificador y sacrificado.

Y entonces caigo en la cuenta que la liturgia no puede ser un ritual despojado de su significación estética y de las emociones que les son inherentes; lo que entra en juego son cosas muy importantes como para que pasen desapercibidas, el rol que desempeño es discreto, pero protagónico y me da la responsabilidad de ejecutarlo no de cualquier modo, sino sincera, creíble y, porqué no, estéticamente; portando emociones y provocando transformaciones.

¿Cómo lograr que las rúbricas se conviertan a través de mis gestos y de mi impronta en canales de devoción y de emociones místicas para quien participa en la Liturgia? Eso es arte y un arte cada vez más necesario en nuestras comunidades, el arte del presidente. No se trata de triunfar, ni de salir en hombros por la puerta grande, que también la hay, el que triunfa es otro, y con su triunfo derrota definitivamente a la bestia que oprime el mundo; sin embargo, en la modesta tarea que me es encomendada, siento la responsabilidad de ser artista y provocar una sintonía que una los corazones, con maestría y dominio, como hacen los buenos toreros. 

SEGUNDO TERCIO

No sé cómo sean los toreros en lo cotidiano de su existencia, si también en su vida diaria se planten y dominen las inevitables embestidas de la vida, como hacen con los toros en la arena. En cuanto a mi toca, también quiero ser un diestro en el ruedo de mi vida. 

"Con nuestras embestidas le encuentras sentido a tu existencia" le dijo Navegante, el toro que lo corneó, a José Tomás, mientras se recuperaba en el hospital, como lo relató él mismo al recibir el premio Paquiro en 2011. Lo que da sentido a mi existencia es ser cabeza y pastor con Cristo Cabeza y Pastor, y eso, como nos dice Francisco, "con olor a oveja". 

Las ovejas no embisten, no tienen astas, son dóciles, y cuando reconocen la voz del pastor lo siguen. Sin embargo, la vida pastoral, cuando se decide a enfrentarla con pasión y entrega incluye inevitables riesgos y es compleja; son abundantes las tareas con sus correspondientes efectos interiores: se pasa de ayudar a desentrañar complejos mecanismos interiores de las almas que acuden a nosotros, a organizar ejecutivamente proyectos y procesos, presidiendo o participando en equipos a distintos niveles; saltamos en un segundo de acompañar momentos íntimamente llenos de alegría de nuestra gente, a compartir sus tragedias, ante las que muchas veces es mejor callar; igual nos ocupamos de la evangelización, de la predicación, de la enseñanza y profundización de la fe, que de la administración de bienes materiales o de asuntos laborales o de construcción; el triple sistema de relaciones que nos caracteriza es también complejo, nuestro obispo, nuestros hermanos sacerdotes, nuestros fieles, cada uno de ellos con sus respectivas exigencias y retos; presidimos la liturgia, administramos la vida sacramental, encabezamos iniciativas de caridad, atendemos relaciones públicas y hasta políticas, defendemos nuestra vida privada, tenemos amigos y familia; pasamos circularmente de la soledad silenciosa a la actividad, de la oración al trabajo.

Es necesaria entonces la unidad interior. Cuando veo una buena corrida, el torero me comunica concentración, entrega a un solo objetivo, inteligencia, técnica, pasión y dominio. Él es el dueño del momento, no el toro, no el respetable, no el juez, mucho menos la posibilidad de uno, dos o tres apéndices, o del paseo en hombros. Es él quien toma el control y quien domina con arte y estética embestidas bravas, arriesgando la vida, lo hace con lentitud y galanura, estampando su impronta en cada pase y en cada solución que ofrece, provocando emociones y unidad de corazones a su alrededor. 

En muchas ocasiones somos víctimas de las dificultades, simplemente nos suceden cosas y, en todo caso, hacemos lo posible por sortearlas lo mejor que podemos, saliendo al paso; el matador, en cambio, se da el lujo de citar al toro y de cargar la suerte, ahí radica su genialidad y lo que lo convierte en maestro.

No me visualizo "padeciendo" la vida pastoral, sino poseyendo el talante de la claridad de mente y del cúmulo de emociones necesarios para citar sus embates y cargarle la suerte, como yo decida, conduciendo su bravura según mi propia genialidad, concentradamente, apasionadamente. 

San Gregorio Magno decía que la vida pastoral es el "arte de las artes", entonces el pastor es un artista que imprime belleza a su labor y es mediador de cambios de vida. La principal defensa de la tauromaquia ante las polémicas que se han desatado respecto a su validez consiste precisamente en presentarla como arte; la vida pastoral es arte, es el arte de las artes y es perfectamente válida en las circunstancias actuales, la presencia del pastor en la vida pública no es pieza de museo, como tampoco lo es la del torero. A los pastores nos corresponde no sólo cobrar conciencia de esta realidad, sino de ejecutarla con sentido, con entrega, lo que nos haría verdaderos hombres.

TERCER TERCIO

Hay otra arena, que no es visible, donde se lleva a cabo una faena tan dramática como la del ruedo, es la que se desarrolla dentro de la delimitada barrera de la vida interior. Qué toros pueden ser más bravos que los que cada uno llevamos dentro; sus astas suelen ser descomunales y son frecuentes las revolcadas y las cogidas; las corridas interiores no son asépticas, adentro, en el alma, las taleguillas también se manchan de sangre o se rompen, la carne es penetrada, llega haber agonía y muerte.

A veces, cuando se habla del control de las pasiones y de los impulsos, se hace de manera demasiado técnica y hasta simplista, como si pudiera haber un recetario que nos condujera paso a paso a un rígido e inmóvil encasillamiento de lo que de por sí es en ocasiones escurridizo y en ocasiones brutal. Lo que he dicho en los dos tercios anteriores puede pensarse del tercero, sobre todo lo que se refiere al arte.

Es en este tercio que el torero se queda solo con el toro, sin varas, sin banderillas; entra solo con la muleta, la cual le permite ejecutar sus mejores suertes y lucirse de modo espléndido, conduciendo al toro de manera magistral; es en este tercio que se ejecuta la suerte máxima: la espada. El acero triunfa sobre el asta, quien vence ha de ser el hombre.

Me llama la atención el respeto y la admiración que profesa el mundo taurino hacia los toros, es justamente la tauromaquia la que permite la preservación de su especie y de su bravura, sin pretender convertirlos nunca en "vacas lecheras", como dice Vargas Llosa. Toro y torero se unen en armonía, vencer al toro no es arrebatarle su carácter, sino permitir que lo luzca y que se le admire. Así tendríamos que lidiar con nuestros propios toros, que no son sólo manifestaciones del demonio, sino fuerzas humanas con las que hay qué convivir, venciéndolas con galanura, pero ejerciendo sobre ellas una clara hegemonía. 

Nadie sabe qué pasó en el ruedo interior de Juan Belmonte quien, junto con Joselito, fue artífice del nuevo toreo, pareciera que recibió una cornada mortal de su toro interior, que nadie juzgue. Quien se tira a matar y debe hacerlo soy yo, no la bestia, mis bestias, aunque a lo largo de mi vida haya tenido que pagar elevados precios. Por eso, en el dominio de mí mismo, quisiera ser contundente como los mejores y no sólo pinchar o adelantarme o atrasarme, sino asestar justo en el morrillo, con la inclinación y la fuerza adecuadas, metiendo todo el cuerpo y el alma. Cuántas grandes faenas han sido desmerecidas por un pinchazo.

"Vivir sin torear no es vivir", dijo José Tomás en esa misma ocasión, en el discurso que me conmovió tanto. Pensé primero que exageraba, pero viéndolo bien, tiene razón. Ya sé que no recibiré un Paquiro y que me falta mucho por adentrarme en el arte del toreo, tanto en las plazas como en estos reflejos que he encontrado en mi vida, lo que sí sé es que quiero vivir toreando.


José Luis Cerra Luna



El camino es siempre punto de partida, siempre trayecto y también meta. El peregrino, aunque se dirige siempre hacia el poniente, va dando pasos también hacia el corazón del mundo, de los hombres, de sí mismo, de Dios.
El camino de Santiago es una escuela de vida espiritual, no sólo porque desata una serie de mecanismos psicológicos que impulsan a la introyección, sino porque siendo el ser humano un irremediable caminante, como la antropología y la fe lo atestiguan, el Espíritu Santo conduce lentamente al creyente al encuentro con el Dios de Israel, Pueblo peregrino en el desierto, y con Jesucristo, compañero del Camino de Emaús. El Camino es encuentro con la Palabra y con la Eucaristía, también con el corazón de hermanos y hermanas peregrinos que vibran en la misma sintonía, el Camino es lugar privilegiado de fraternidad entre las naciones. El dolor, la fatiga, las dificultades, se acompañan con el enorme gozo de la contemplación del Dios que vive en el corazón peregrino.