Ya vi la película de Netflix Los dos Papas
y, de todo corazón, quisiera compartir algunos pensamientos y reacciones
personales, como ya he hecho en algunas ocasiones en este blog sobre otras cintas. Hablaré de
perplejidad más adelante, pero ahora mismo ya la experimento, no quise caer en spoilers,
pero creo que algunas consideraciones tal vez lo sean. Yo creo que este texto
puede ser leído antes o después de haber visto la película, pero también sin pretender
verla, otra prudente opción sería ni siquiera leerlo. Bajo su cuenta y riesgo.
No hay que dejar de pensar que es película de
ficción. Aunque dice que se basa en hechos reales; aunque por supuesto la obra
tenga sustentos históricos y documentales; aunque ambos actores, Anthony Hopkins,
como Benedicto, y Jonathan Pryce, como Francisco, hayan hecho un estudio
profundo del carácter de los Papas a quienes representan y lo hayan hecho de
manera extraordinaria; aunque muchas escenas sean cuadros que representan
fielmente imágenes que nos son muy familiares porque las hemos visto por televisión.
No pude haber visto nunca el chaleco de lana de Benedicto, pero estoy seguro de
que tiene uno así, no puedo dejar de pensar tampoco que la pijama de Francisco
debe ser igualita a la que de hecho él usa. A pesar de todo esto, repito, la película es ficción.
La cinta ciertamente no hace justicia ni a Benedicto ni a Francisco, no los retrata de manera estricta, hay excesos y omisiones, pero la pretensión ni de Anthony McCarten, su escritor, ni de Fernando Meirelles, su director, fue hacer una obra histórica. Sin embargo, cada uno de los Papas ciertamente representa teologías, ideologías, prácticas eclesiásticas, modos de ser y de ejercer la autoridad, todo lo cual efectivamente coexiste en la Iglesia y nos es muy familiar, tanto a pastores como a fieles laicos. El real Benedicto no es un intransigente defensor a ultranza de un dogma inamovible, ni ejerció su autoridad con notas de ambición e intolerancia; por el contrario, ha sido un gran teólogo que ofrece maduramente novedosísimos modos de entender el misterio cristiano y un prudente pastor que dio inicio a verdaderas y necesarias reformas.
El verdadero Francisco no es un reformista a ultranza, un inventor revolucionario que viene a cortar de raíz todo aquello que huela a tradición, imponiendo nuevas doctrinas que contradicen o se colocan en conflicto con el corpus doctrinal y moral de los siglos precedentes, no; ciertamente Francisco está en la línea de la tradición y profesa las verdades que la Iglesia ha proclamado y defendido siempre, es prudente y ejerce un liderazgo claro y bien delineado. Sin embargo, y siempre con mucho respeto, cada uno de los Papas sí que representa, aunque no de manera pura, una respectiva ala en la Iglesia: tradición y reforma, nadie lo puede negar, tanto en la película como en sus históricos pontificados.
La cinta ciertamente no hace justicia ni a Benedicto ni a Francisco, no los retrata de manera estricta, hay excesos y omisiones, pero la pretensión ni de Anthony McCarten, su escritor, ni de Fernando Meirelles, su director, fue hacer una obra histórica. Sin embargo, cada uno de los Papas ciertamente representa teologías, ideologías, prácticas eclesiásticas, modos de ser y de ejercer la autoridad, todo lo cual efectivamente coexiste en la Iglesia y nos es muy familiar, tanto a pastores como a fieles laicos. El real Benedicto no es un intransigente defensor a ultranza de un dogma inamovible, ni ejerció su autoridad con notas de ambición e intolerancia; por el contrario, ha sido un gran teólogo que ofrece maduramente novedosísimos modos de entender el misterio cristiano y un prudente pastor que dio inicio a verdaderas y necesarias reformas.
El verdadero Francisco no es un reformista a ultranza, un inventor revolucionario que viene a cortar de raíz todo aquello que huela a tradición, imponiendo nuevas doctrinas que contradicen o se colocan en conflicto con el corpus doctrinal y moral de los siglos precedentes, no; ciertamente Francisco está en la línea de la tradición y profesa las verdades que la Iglesia ha proclamado y defendido siempre, es prudente y ejerce un liderazgo claro y bien delineado. Sin embargo, y siempre con mucho respeto, cada uno de los Papas sí que representa, aunque no de manera pura, una respectiva ala en la Iglesia: tradición y reforma, nadie lo puede negar, tanto en la película como en sus históricos pontificados.
Obviamente esa no es la tesis central de la
película, por lo que no creo que valga la pena descalificarla por su falta de “objetividad”
histórica, ni por justificar o condenar el tradicionalismo o el reformismo en
cuanto tales. Tanto la cuestión histórica, como el tema de la tradición y la
reforma, en todo caso, han de situarse en un contexto mucho más amplio: los
prolongados diálogos no sólo nos llevan a ir tomando posiciones teológicas o
ideológicas, sino que sobre todo nos permiten contemplar el desarrollo de una
relación entrañable entre dos viejos servidores de Dios, que a lo largo de su
vida no han buscado otra cosa sino hacer la voluntad de Dios lo mejor que han
podido. Eso, a final de cuentas, es lo que los une y lo que va a permitir la
transición y eso, también, fue lo que más me conmovió de la película.
El gancho afectivo entre ambos no fueron las
discusiones ganadas o perdidas, sino el hecho que ambos abrieron la
vulnerabilidad más grande que los agobia, fue en eso que coincidieron. Tanto
los vínculos de Bergoglio con Massera y con Videla, como sus polémicas y nunca bien
entendidas actitudes durante la dictadura como provincial de los jesuitas, provocaron
en el interior del futuro Papa un conflicto de conciencia que nunca lo dejó. Ratzinger
también; tuve la sensación de que se oyó incluso macabro, sórdido, cuando Benedicto
pregunta: “¿Recuerda al padre Maciel?”, su seguridad, la claridad de su mente, su
fría logística sucesoria, se transformaron en una sombría vergüenza y en una culpa,
que el Papa, por vez primera, tiene la humildad y el valor de reconocer y
expresar.
Todos los que estamos en el camino de la fe y prestamos
un servicio en la Iglesia podemos entender que, queriendo hacer el bien y agradar
a Dios, hay ocasiones cruciales en las que las cosas no resultan tan claras y
que aquello que pensábamos que era correcto, provoca el efecto contrario. Buscando
la verdad, caemos en la mentira o en el error, queriendo la justicia, a final de cuentas somos
injustos, deseando practicar la caridad y obtener el bien para los demás, provocamos
dolor y escándalo. ¿Gracia o pecado? La perplejidad va acompañando la vida humana,
también la vida espiritual y el camino pastoral, y tiene repercusiones directas y dramáticas en la
fe. El hecho que dos Papas tengan conflictos en su fe y sientan que Dios no les
habla, no es exclusivo de pontífices o cardenales, ni siquiera de obispos o
curas, sino de todos los cristianos, lo cual, sin embargo, representa el punto
de unión afectiva entre Ratzinger y Bergoglio, no las ideas o el modo de practicar
la autoridad. En mi caso personal me sentí profundamente implicado en esa dinámica y
creo que eso fue lo que provocó el más fuerte impacto en mi sensibilidad.
Tradición y reforma se unen en la vulnerabilidad humana, la cual conduce a la
continuidad y a una fuerte y entrañable amistad, eso, según yo, es el principal
“signo” que Dios ofrece a sus siervos.
Además de eso, y como un suculento
complemento, creo que no resulta circunstancial todo el aspecto lúdico de la
relación entre los protagonistas: las aficiones a la música de Benedicto y al futbol
de Francisco, el gusto por la pizza, el vino, la cerveza y la fanta de naranja,
su común pero diversamente entendido sentido del humor, Dancing Queen y Abbey
Road, son elementos que no sólo dan equilibrio a la película, sino que indican
que, aunque aparentemente accidentales, la vida se compone no sólo de teologías
y cosas serias, sino también de esos momentos divertidos que son capaces de
unir almas, como el tango; en ese sentido, fue una gozada enorme la escena de
la comida en el “cuarto de las lágrimas”, pero sobre todo, la gran final
Alemania – Argentina de 2014, gran final también de esta película que me impactó,
me emocionó, me hizo pensar y me divirtió.