jueves, 10 de marzo de 2022

VIA CRUCIS


In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti. Amen.

Señor Jesús, humildemente deseamos acompañarte en el camino de la Cruz; permítenos ser testigos de todo aquello que por nosotros padeciste y por lo que nos has obtenido la salvación; danos entrañas de misericordia para que obtengamos los frutos que tú mismo quieres ofrecernos; danos un corazón piadoso que no solo se conmueva, sino que también aprenda a amar como tú amas y a reconocerte en todo hombre, en toda mujer, que comparta de alguna manera tus sufrimientos. Te lo pedimos a ti que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén

Primera estación: Jesús es condenado a muerte

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

El Rey, que al final de los tiempos vendrá a juzgar a vivos y muertos, es juzgado y condenado por un juez terrenal. El juicio que padeció Jesús estuvo plagado de injusticias, de odio, de mentiras, de venganzas; el juicio que el Juez universal presidirá en la conclusión de la historia se caracterizará por la misericordia, que brota del corazón de un amigo que conoce a profundidad quién es el ser humano por el que dio la vida.

Señor Jesús, “la misericordia triunfa sobre el juicio” (St 2,13), espero tu juicio sobre mí con temor, pero también con la confianza que me da tener contigo, al final de mi vida, un encuentro desde el corazón. 

Pater noster, qui es in caelis:
sanctificetur Nomen Tuum;
adveniat Regnum Tuum;
fiat voluntas Tua,
sicut in caelo, et in terra.
Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;
et dimitte nobis debita nostra,
sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;
et ne nos inducas in tentationem;
sed libera nos a malo.

Ave María, 
gratia plena, 
Dominus tecum, 
benedicta tu in muliéribus,
et benedictus fructus ventris tui Iesus.
Sancta Maria, Mater Dei, 
ora pro nobis peccatoribus, 
nunc et in ora mortis nostrae.
Amen.

Gloria Patri, et Filio, et Spiritui Sancto. Sicut erat in principio, et nunc, et semper, et in sæcula sæculorum. Amen.

Segunda estación: Jesús carga la Cruz

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

Para Jesús, cargar la Cruz no fue una metáfora, algo subjetivamente espiritual, íntimo, sino una realidad que formó parte de su condena: los sentenciados llevaban el instrumento de su suplicio hasta el lugar donde serían ejecutados. La Cruz era un madero con dimensiones y con peso específicos, pero a la que Jesús le dio un profundo significado, vinculado con su obra redentora y con el modo como nosotros seríamos sus discípulos.

Señor Jesús, tú dijiste: “Si alguno quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz cada día y me siga” (Lc 9,23). Que mi cruz, mis cruces, sean un pálido reflejo de la que llevaste camino al Calvario.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Tercera estación: Jesús cae por primera vez

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

Jesús, debilitado, cae por tierra bajo el peso de la Cruz que llevaba sobre su espalda. El ser humano también cae, pero cae porque posee una naturaleza de por sí caída: sucumbió a la tentación en el paraíso y cae cada vez que con sus malas decisiones se aparta del camino de Dios. Jesús se levantó y reemprendió su camino al Calvario, nosotros no podemos levantarnos por nuestras propias fuerzas; es Cristo, quien con el poder de su misterio Pascual, eleva nuestra condición humana y nos lleva hasta nuestra meta.

Señor Jesús, “sé que he sido engendrado en la maldad y en pecado me concibió mi madre” (Sal 51,7); tú conoces mi condición caída, condición que sólo tú eres capaz de elevar.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Cuarta estación: Jesús encuentra a su madre

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

Qué terribles circunstancias en las que Madre e Hijo se encuentran, de hecho, siempre se encontraron, desde el “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38) de la Anunciación hasta el “he ahí a tu madre” (Jn 19,26) del Calvario; asimismo, en el Camino de la Cruz, Madre e Hijo se encontraron; ahí también, íntima y dolorosamente unidos, respetuosa y penosamente alejados. La Dolorosa es por ello modelo de discípulo que, siguiendo a Jesús y encontrándose con él en el camino, fecundamente padece con él y como él. 

Dolorosa Virgen María, tú Hijo cargaba y soportaba nuestros dolores (Cf Is 53,4); como cuando en el Vía Crucis te encontraste con él, compártenos tu entereza para participar, como tú, de los dolores de tu Hijo.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Quinta estación: Simón el Cirineo ayuda a Jesús a llevar la Cruz

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

A Simón “lo obligaron a cargar la Cruz” (Lc 23,26); no fue un acto de su voluntad, Jesús no lo llamó, ni fue una opción que brotara de la decisión de seguirlo como un discípulo; Simón volvía del campo y lo detuvieron, pero como si fuera un discípulo verdadero, “iba detrás de Jesús” (ib), con la Cruz de Jesús. Aún quienes seguimos a Cristo muchas veces no entendemos por qué nos comparte su Cruz y nos resistimos a cargarla.

Señor Jesús tú sí me llamas y yo he querido seguirte; me cuesta decirlo, pero, aunque muchas veces no lo entienda o no lo quiera, sigue prestándome tu Cruz para ayudarte.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Sexta estación: Verónica limpia el rostro de Jesús

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

Por qué no pensar que Verónica amaba el expresivo rostro de Jesús; contemolaba ese rostro cuando se dirigía a las multitudes, cuando expulsaba demonios y liberaba a los enfermos, cuando polemizaba con los fariseos, cuando se llenaba de paz en la oración. Ahora el rostro de Jesús estaba golpeado, escupido, sangrado, sucio de tierra y de sudor. Discípula atenta, sensible, llena de caridad, la Verónica trata inútilmente de devolver la belleza de aquel rostro que amaba y que estaba desfigurado por nosotros.

Dice el profeta Isaías: “Su aspecto no era el de un hombre” (52,14); Señor Jesús, dame la gracia de contemplar y amar tu rostro, como quiera que éste se presente y dame el valor de no permanecer impasible, sino de tener la caridad de la Verónica.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

En esta segunda caída el Cireneo ya no lo ayudaba, Jesús nuevamente cargaba él solo el instrumento de su suplicio, que lo torturó, no sólo en la cima del Gólgota, sino en el camino mismo. Avanzaba, lograba guardar el equilibro, superaba obstáculos, sin embargo, irremediablemente, cayó por tierra una vez más; su juventud y su fuerza no bastaron para evitar que desfalleciera. Nuestras pequeñas cruces, tarde o temprano, también las llevamos así, en soledad, sin otra ayuda que la de aquél que también avanzaba y caía.

Señor Jesús, eres solidario en nuestro camino, vas siempre junto a nosotros, cuando avanzamos y cuando caemos; ningún humano camina por nosotros y a final de cuentas cargamos en soledad nuestras cruces; solo tú permaneces a nuestro lado, tu camino es nuestro camino y tu Cruz es nuestra cruz.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Octava estación: Jesús consuela a las mujeres que lloran por él

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

De dónde sacaba Jesús ánimo para consolar a las mujeres que lloraban por él; era Jesús quien debiera ser consolado; no puede compararse el dolor de las mujeres con el dolor de Jesús y, sin embargo, viviendo en soledad su propio sufrimiento, alcanza el sufrimiento de las mujeres y, desde su corazón lleno de amor, les ofrece una palabra. No hay ninguna circunstancia en nuestra vida, por más que interiormente nos envuelva que no nos permita pensar en los demás y hacer algo por los demás.

“El nos consuela en todos nuestros sufrimientos, para que nosotros también, con el consuelo que recibimos de Dos, podamos consolar a los que pasan cualquier sufrimiento” (2Cor 1,3)

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Novena estación: Jesús cae por tercera vez

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

Jesús cae una y otra y otra vez, solidarizándose con la humanidad que tantas veces también cae, pareciera que no aprendemos de nuestros errores, son reiterados nuestros tropiezos, son repetitivos; no son sólo tres: incontables son nuestras caídas, son diversas y se multiplican; Jesús las padeció y cayó sin culpa y así nos enseña a no permanecer caídos; él sabe que seguramente nuevamente caeremos, camino al Calvario él caería nuevamente por nosotros, las veces que fuera necesario.

“De la misma manera que por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así también la muerte se propagó a todos, por cuanto todos pecaron”. Señor, mira cuántas veces caigo, te lo pido: una y otra y otra vez, levántame.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Décima estación: Jesús es despojado de sus vestiduras

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

“Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá”, nos recuerda Job (1,21) y sí, la desnudez es digna, nuestro cuerpo no es motivo de vergüenza, sino reflejo de la semejanza de Dios y, sin embargo, ser obligado a exhibir la propia desnudez como parte de un castigo representa para cualquiera un enorme oprobio. No puede ser más paradójico: Aquél que vendrá revestido de gloria al final de los tiempos padecerá la infamia de ser exhibido desnudo en la Cruz.

“Todo está desnudo y patente a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hb 4,13), Señor, mira compasivo mi desnudez y cúbreme piadoso con tu amor y gracia y dame tu corazón para darte vestido en el hermano desnudo.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Undécima estación: Jesús es clavado en la Cruz

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

La relación de Jesús con la Cruz llega a otra etapa: ya no la cargará, no más caerá a tierra bajo su peso; sus despiadados verdugos, martillo en mano, unen el cuerpo de Jesús a la Cruz con clavos, penetrando con ellos pies y manos. Jesús ya no carga la Cruz, sino que cuelga de ella, a la vista de todos, desnudo y doblegado. Su dolor físico era grande, pero más el de su alma y el de su espíritu y ahí, clavado, nos sigue enseñando, escuchamos sus siete palabras, pronunciadas todas, cada una, con un amor que llega al extremo.

“Ojalá escuchen su voz” (Sal 95,7), no puedo endurecer mi corazón contemplando a Jesús clavado en la Cruz y escuchando su magisterio mudo y el de sus siete palabras. “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1Sam 3,10).

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Duodécima estación: Jesús muere en la Cruz

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

La vida de todo hombre, de toda mujer, tarde o temprano llega a su fin; la vida de Jesús, el Verbo eterno, verdadero Dios como el Padre, es también semejante en todo a nosotros, menos en el pecado; Jesús verdaderamente expiró, su corazón se detuvo, la sangre ya no circuló más en su cuerpo, dejó de respirar, su cerebro y la totalidad de sus órganos dejaron de funcionar, se convirtió en un cadáver, pesado, frío, pálido, rígido. El que es la vida y la fuente de la vida murió verdaderamente y con su muerte nos dio aún más vida, una vida que nunca concluirá.

Señor Jesús, te has humillado a ti mismo hasta la muerte por obediencia, ¡y una muerte de Cruz! (Fil 2,8), al contemplarte clavado y muerto en la Cruz, no solo me conmuevo, sino que te pido que tu muerte se haga vida en mí, se haga vida tuya.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Decimotercera estación: Jesús es bajado de la Cruz y puesto en los brazos de María

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

“…pero cuando nace el niño (la mujer) ya no recuerda su angustia por la alegría que siente al traer un hombre al mundo” (Jn 16,21). Qué abismal diferencia para María recibir el cuerpo recién nacido del niño Jesús en el portal de Belén a recibir el cuerpo muerto de su Hijo en el Calvario. El nacimiento de Jesús estuvo rodeado de situaciones muy difíciles, pero a fin de cuentas prevaleció el gran gozo que supera toda angustia; a los pies de la Cruz la Piedad abraza llena de dolor al fruto de su vientre e, igual que en Belén, lo entrega a su Padre.

“¿Habrá dolor más intenso que tu dolor dolorido?” (Himno de Laudes de Nuestra Señora de los Dolores) Madre de la Piedad, admiramos tu entereza y tu fe, que en la oscuridad total se convierte en luz y ejemplo para el mundo.

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Decimocuarta estación: Jesús es sepultado

℣. Adorámus te, Christe, et benedícimus tibi.
℟. Quia per sanctam Crucem tuam redemísti mundum.

El cuerpo inerte de Jesús es depositado en el sepulcro, el cual no será de manera alguna su última morada, sino el signo de su triunfo definitivo, cuando salga de él glorioso y lo deje vacío; se convertirá entonces en el principal testigo de su resurrección. Jesús no tuvo un lugar propio para nacer y su sepulcro era nuevo, pero prestado; fue depositado a las carreras, descuidadamente, dejándolo en la obscuridad total con lienzos y mortajas, haciendo rodar una piedra para sellarlo. Parecía que ahí terminaba todo.

“¿Qué es lo que pasa? Un gran silencio se cierne hoy sobre la tierra: un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio, porque el Rey está durmiendo; la tierra está temerosa y no se atreve a moverse, porque el Dios hecho hombre se ha dormido…” (De una antigua Homilía sobre el santo y grandioso Sábado, Oficio de Lectura Sábado Santo)

Pater noster
Ave Maria
Gloria

Señor Jesús, hemos caminado contigo el camino de la cruz, como caminas tú junto a nosotros en los caminos de nuestra vida; hemos meditado, orado y contemplado los acontecimientos que rodearon los misterios de tu pasión y de tu muerte, como lo ha hecho tradicionalmente tu Pueblo a lo largo de los siglos. Te pedimos que esta experiencia espiritual produzca frutos de fe y caridad en nuestros corazones; que sepamos reconocer tus dolores en nuestros pequeños dolores y que podamos tener ojos de fe para reconocer también tus sufrimientos en aquellos hermanos y hermanas que comparten tus sufrimientos, para tender la mano a quienes te hacen presente en la historia. Te lo pedimos a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Dominus vobiscum
Et cum spiritu tuo
Benedicat vos omnipotens Deus, Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus. Amen