viernes, 14 de diciembre de 2018

SPOILER TOTAL DE LA PELÍCULA ROMA DE CUARÓN, NO APTA PARA QUIEN NO LA HA VISTO



Si hubiera hecho yo la película, se llamaría Angeles, así era el nombre de la colonia donde estaba la casa en la que viví los primeros años de mi vida, hasta los nueve. Colonia Nueva los Ángeles de Torreón
Cuarón es del 61, yo del 63. En el curso escolar 1970-1971 él iba en cuarto, yo en segundo. Pudimos haber sido hermanos en la película.
Como la de la película, también mi familia era de clase media, igual nos gustaban los gansitos congelados, veíamos Ensalada de Locos en la tele y leíamos cuentos de Periquita y del Pájaro Loco. Teníamos la Enciclopedia Salvat y una autopista eléctrica idéntica a la de los niños de Roma.
Oíamos el ruido del afilador y del señor de los camotes, nos era familiar el Fab e íbamos al Cine Princesa; el soundtrack de mi infancia también incluye a Leo Dan, al Pirulí y a Angélica María, Soñaba en aviones (todavía).
Mis hermanos y yo nos peleábamos como los niños de Roma y nuestra madre nos regañaba en los mismos términos y con semejante tono de voz. Es más, mi infancia la recuerdo en blanco y negro, seguramente porque así era nuestra tele de bulbos.
Mi padre no estuvo ausente, bueno sí, cuando se murió. Igual de imponente era el carro en el que llegaba, como si fuera el emperador.
Había también diferencias, por ejemplo: nunca tuvimos perro y sí teníamos jardín.
Y había dos ángeles, Nina y María, no eran Mixtecas, pero tenían el mismo tono de piel. El cine no tiene olor, pero estoy seguro que olían igual que Cleo y Adela: a jabón y talco. Cómo no me voy a acordar, si mis hermanos y yo tuvimos el privilegio de recibir su entrañable, tierno y sincero amor.
Aún presente mi padre, la figura de las mujeres adultas de casa, Maria de Jesús, mi madre, Nina y María, fue protagónica. En aquella edad no podía siguiera imaginar lo que pudiera pasar en su universo interior, ni los actos heroicos de los que fueron capaces, o lo solas que pudieron haberse sentido, como me ha hecho pensar ahora Roma, casi cincuenta años después.
Si los primeros años de vida estructuran y configuran la personalidad para siempre, Cuarón me hace reconocer que hoy traigo introyectado en lo que soy y en lo que hago el olor a jabón y a talco de Nina y de María (una sola vez vi al novio de Nina, ahora entiendo por qué me acuerdo), reconozco también que en la configuración de la historia del México que somos, estas mujeres, tan anónimas, tan invisibles, de las que no conocemos ni la fecha de nacimiento ni sus apellidos, son verdaderas Primas Donnas.
Gracias Alfonso, Gracias Nina, gracias María.

domingo, 2 de diciembre de 2018

MI APOLOGÍA A AMLO


Yo creo que no es cuestión de “formas”, sino de “fondo”. El estilo con que se ha desenvuelto López Obrador desde hace cuarenta años de carrera política y que ha proyectado a lo largo de estas pocas horas que lleva como presidente de la república, según mi punto de vista, son fruto de un modo de vida que ha arraigado como una manera suya de ser.
¿Alguien llevó la cuenta de cuántos kilómetros recorrió durante más de doce años de campaña a la presidencia? ¿Cuántos de esos kilómetros fueron en brechas, cuántos en carreteritas de un carril de ida y otro de vuelta, seguramente llenas de baches, cuántas en carreteras libres, cuántas en autopistas de pago? ¿A dónde llegó en bestia o en piragua o en avioneta?
Es probable que muchas más veces de las que imaginamos, López Obrador se detuvo a la orilla de la carretera a comer unas gorditas, o en un Oxxo a comprar por lo menos un vikingo o unas conchitas; no faltaron las ocasiones en las que fue al baño en gasolineras, o que se entretuvo en la vulcanizadora del pueblo a esperar que le arreglaran la llanta de la camioneta, o con el mecánico, porque el motor se estaba calentando. Con cuánta gente compartiría el asiento en los aviones, con eso de que Viva Aerobús te acomoda como ellos quieren, aún en VIP; ni qué decir de las horas en las salas de espera de aeropuertos, aunque ya hubiera pasado el check in y el check point.
Cuánta gente local lo acompañaría en los recorridos, subidos en la camioneta, indicándole al chofer por dónde irse: “por esa no, porque está muy maltratada y obscura, mejor vete por la que sigue”. Seguramente dormiría en hoteles de primera, pero también en hoteles de cadena y en hoteles locales de la más diversa calidad, al no haber más; pero también en casas, que sus partidarios le ofrecerían encantados de la vida, en donde se encontró con las familias, con vecinos, con amigos a quienes los anfitriones podrían presumir. “Bueno, ya no te molestamos, te dejamos descansar, ahí en el baño hay todo, se batalla con el escusado, nomás levántale la tapa para jalarle, si necesitas algo háblanos, con toda confianza… buenas noches, descansa”.
Durante más de doce años cuántas cosas le habrán pedido, cuántos consejos le habrán dado, cuántos análisis políticos y económicos habrá recibido, cuántas quejas, cuántas críticas, cuántos chismes, cuántos exabruptos, cuántas propuestas, cuántas bendiciones y cuántas maldiciones. Niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos; hombres, mujeres; pobres, clasemedieros, ricos, obreros, empresarios, empleados, desempleados; indígenas, mestizos, güeritos; católicos, protestantes, judíos, ateos; sinceros, arribistas, oportunistas, generosos, díscolos; grupos organizados y desorganizados.
Fueron doce años en los que se dejó tocar por la gente y donde escuchó a la gente.
En su mensaje del Zócalo, casi al último, habiendo leído y comentado sus cien promesas, López Obrador quiso dejar claro que el contacto con la gente le ha calado hasta la médula de su conciencia y que no está dispuesto a prescindir de ese contacto durante su gobierno, incluso a costa de su seguridad. Declaró que a final de cuentas es esa comunicación con el pueblo de donde quiere partir para emprender el estilo con el que va a gobernar. Cito lo que dijo, no todo lo tenía escrito, en cursivas está el discurso que aparece en la página del Gobierno de México, lo demás fue espontáneo:
No dejemos de encontrarnos. Ahora, quienes me quieren, que son muchos, como ustedes, que son mi familia, muchos, muchos, me recomiendan que me cuide y estoy haciendo caso a esas recomendaciones, pero no quiero dejarme atrapar, no quiero que me rodeen y que ya no pueda tener comunicación directa con el pueblo. Estoy resolviendo este asunto. Mantengamos siempre, esa es mi apuesta, la comunicación. No habrá divorcio, repito, entre pueblo y gobierno. Yo les digo de corazón, de manera sincera, les necesito; conozco la historia, cuando gobernantes revolucionarios se desprenden, cuando gobernantes revolucionarios, cometen el error de separarse del pueblo, no les va bien; gente buena, que se ha ido quedando sola por no tener la comunicación con el pueblo. Yo les necesito, porque como decía el presidente Juárez: “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”; con humildad les digo, tengan confianza, y estoy seguro que no me van a dejar solo, y les digo: no me dejen solo porque sin ustedes no valgo nada, o casi nada, yo ya no me pertenezco, yo soy de ustedes, soy del pueblo de México; además, sin ustedes, y esto con todo respeto, hablando en el terreno político, sin ustedes, los conservadores me avasallarían fácilmente, pero con ustedes me van a hacer lo que el viento a Juárez. Yo les pido apoyo, porque reitero el compromiso de no fallarles, primero muerto que traicionarles”.
No sólo Ortega y Chávez, ni sólo los revolucionarios, tampoco exclusivamente los políticos: todo líder que se aleja del pueblo se va quedando solo y va gobernando solo, respondiendo ya no al pueblo, a quien se debe, sino a sí mismo y a los intereses propios y de su clan. López Obrador casi nos suplica que no lo dejemos solo, nos grita que nos necesita. Yo sí creo que arrodillarse frente a un indígena fue un gesto sincero, yo sí creo que haber viajado en el camioncito del aeropuerto para subirse al avión, ya como presidente de la república, sí responde a esa necesidad imperiosa de no alejarse de la realidad real (sic) y de la gente real, yo sí creo que va a seguir así y que eso le dará un estilo de gobierno que ya necesitábamos, menos virreinal y más democrático.
Según mi punto de vista, este es el plus de López Obrador, no las macroteorías de la geopolítica aprendidas en Cambridge y estampadas en una tesis doctoral, sino el contacto con la gente real, a quien oyó y por quien se dejó tocar, un plus que no tenían ni Anaya ni Meade, y que le da a López Obrador un posicionamiento sólido para gobernar con los pies sobre la tierra. Dios quiera que todo lo que vivió en estos doce años no se le olvide en dos o tres, sino que lo mantenga en seis.
Hay temas de los que no alcanzo a entender muchas cosas, vamos a ver, apenas vamos empezando; no sólo quiero ofrecer a López Obrador el beneficio de la duda, sino mi confianza y esperanza en que vaya respondiendo de la mejor manera; si de esas cien promesas, cumple ochenta, me doy más que servido.
A mí López Obrador me ha hecho pensar mucho: la extensión de mi liderazgo es reducida, estrecha, en nada comparable con la del presidente de la república, sin embargo, veo también que tengo que ejercer mi liderazgo en contacto con el pueblo al que sirvo y al que me debo, escuchar y dejarme tocar; yo también quisiera decir: “primero muerto que traicionarles”. Ojalá que esto vaya cundiendo y haga pensar y actuar a gobernadores y alcaldes, pero también a patrones, líderes sindicales, maestros, pastores y, por qué no, padres de familia, y que el estilo de López Obrador se vaya de alguna manera haciendo el estilo de México, al menos en lo que este tema se refiere.