Yo creo que
no es cuestión de “formas”, sino de “fondo”. El estilo con que se ha
desenvuelto López Obrador desde hace cuarenta años de carrera política y que ha proyectado a lo largo de
estas pocas horas que lleva como presidente de la república, según mi punto de vista, son fruto de un
modo de vida que ha arraigado como una manera suya de ser.
¿Alguien llevó
la cuenta de cuántos kilómetros recorrió durante más de doce años de campaña a la presidencia? ¿Cuántos de
esos kilómetros fueron en brechas, cuántos en carreteritas de un carril de ida y otro de vuelta,
seguramente llenas de baches, cuántas en carreteras libres, cuántas en autopistas
de pago? ¿A dónde llegó en bestia o en piragua o en avioneta?
Es probable
que muchas más veces de las que imaginamos, López Obrador se detuvo a la orilla
de la carretera a comer unas gorditas, o en un Oxxo a comprar por lo menos un
vikingo o unas conchitas; no faltaron las ocasiones en las que fue al baño en gasolineras,
o que se entretuvo en la vulcanizadora del pueblo a esperar que le arreglaran la
llanta de la camioneta, o con el mecánico, porque el motor se estaba
calentando. Con cuánta gente compartiría el asiento en los aviones, con eso de
que Viva Aerobús te acomoda como ellos quieren, aún en VIP; ni qué decir de las
horas en las salas de espera de aeropuertos, aunque ya hubiera pasado el check
in y el check point.
Cuánta gente
local lo acompañaría en los recorridos, subidos en la camioneta, indicándole al
chofer por dónde irse: “por esa no, porque está muy maltratada y obscura, mejor
vete por la que sigue”. Seguramente dormiría en hoteles de primera, pero también
en hoteles de cadena y en hoteles locales de la más diversa calidad, al no haber
más; pero también en casas, que sus partidarios le ofrecerían encantados de la
vida, en donde se encontró con las familias, con vecinos, con amigos a quienes
los anfitriones podrían presumir. “Bueno, ya no te molestamos, te dejamos
descansar, ahí en el baño hay todo, se batalla con el escusado, nomás levántale
la tapa para jalarle, si necesitas algo háblanos, con toda confianza… buenas noches,
descansa”.
Durante más
de doce años cuántas cosas le habrán pedido, cuántos consejos le habrán dado,
cuántos análisis políticos y económicos habrá recibido, cuántas quejas, cuántas
críticas, cuántos chismes, cuántos exabruptos, cuántas propuestas, cuántas
bendiciones y cuántas maldiciones. Niños, adolescentes, jóvenes, adultos,
ancianos; hombres, mujeres; pobres, clasemedieros, ricos, obreros, empresarios,
empleados, desempleados; indígenas, mestizos, güeritos; católicos,
protestantes, judíos, ateos; sinceros, arribistas, oportunistas, generosos, díscolos;
grupos organizados y desorganizados.
Fueron doce
años en los que se dejó tocar por la gente y donde escuchó a la gente.
En su mensaje
del Zócalo, casi al último, habiendo leído y comentado sus cien promesas, López
Obrador quiso dejar claro que el contacto con la gente le ha calado hasta la médula
de su conciencia y que no está dispuesto a prescindir de ese contacto durante
su gobierno, incluso a costa de su seguridad. Declaró que a final de cuentas es esa comunicación con el pueblo de
donde quiere partir para emprender el estilo con el que va a gobernar. Cito lo
que dijo, no todo lo tenía escrito, en cursivas está el discurso que aparece en
la página del Gobierno de México, lo demás fue espontáneo:
“No dejemos de
encontrarnos. Ahora, quienes me quieren, que son muchos, como ustedes, que
son mi familia, muchos, muchos, me recomiendan que me cuide y estoy haciendo
caso a esas recomendaciones, pero no quiero dejarme atrapar, no quiero que me
rodeen y que ya no pueda tener comunicación directa con el pueblo. Estoy
resolviendo este asunto. Mantengamos
siempre, esa es mi apuesta, la
comunicación. No habrá divorcio, repito, entre pueblo y gobierno. Yo les digo de corazón, de manera sincera,
les necesito; conozco la historia, cuando gobernantes revolucionarios se
desprenden, cuando gobernantes revolucionarios, cometen el error de separarse
del pueblo, no les va bien; gente buena, que se ha ido quedando sola por no
tener la comunicación con el pueblo. Yo
les necesito, porque como decía el presidente Juárez: “con el pueblo todo, sin el pueblo nada”; con humildad les
digo, tengan confianza, y estoy seguro que no me van a dejar solo, y les digo: no me dejen solo porque sin ustedes no valgo
nada, o casi nada, yo ya no me pertenezco, yo soy de ustedes, soy del
pueblo de México; además, sin ustedes, y esto con todo respeto, hablando en el
terreno político, sin ustedes, los
conservadores me avasallarían fácilmente, pero con ustedes me van a hacer
lo que el viento a Juárez. Yo les pido
apoyo, porque reitero el compromiso de no fallarles, primero muerto que
traicionarles”.
No sólo
Ortega y Chávez, ni sólo los revolucionarios, tampoco exclusivamente los políticos:
todo líder que se aleja del pueblo se va quedando solo y va gobernando solo,
respondiendo ya no al pueblo, a quien se debe, sino a sí mismo y a los intereses
propios y de su clan. López Obrador casi nos suplica que no lo dejemos solo, nos
grita que nos necesita. Yo sí creo que arrodillarse frente a un indígena fue un
gesto sincero, yo sí creo que haber viajado en el camioncito del aeropuerto
para subirse al avión, ya como presidente de la república, sí responde a esa
necesidad imperiosa de no alejarse de la realidad real (sic) y de la gente real,
yo sí creo que va a seguir así y que eso le dará un estilo de gobierno que ya
necesitábamos, menos virreinal y más democrático.
Según mi
punto de vista, este es el plus de López Obrador, no las macroteorías de la
geopolítica aprendidas en Cambridge y estampadas en una tesis doctoral, sino el
contacto con la gente real, a quien oyó y por quien se dejó tocar, un plus que
no tenían ni Anaya ni Meade, y que le da a López Obrador un posicionamiento sólido
para gobernar con los pies sobre la tierra. Dios quiera que todo lo que vivió
en estos doce años no se le olvide en dos o tres, sino que lo mantenga en seis.
Hay temas de los que no alcanzo a entender muchas cosas, vamos a ver, apenas vamos empezando;
no sólo quiero ofrecer a López Obrador el beneficio de la duda, sino mi
confianza y esperanza en que vaya respondiendo de la mejor manera; si de esas cien
promesas, cumple ochenta, me doy más que servido.
A mí López
Obrador me ha hecho pensar mucho: la extensión de mi liderazgo es reducida,
estrecha, en nada comparable con la del presidente de la república, sin embargo,
veo también que tengo que ejercer mi liderazgo en contacto con el pueblo al que
sirvo y al que me debo, escuchar y dejarme tocar; yo también quisiera decir: “primero muerto que traicionarles”.
Ojalá que esto vaya cundiendo y haga pensar y actuar a gobernadores y alcaldes,
pero también a patrones, líderes sindicales, maestros, pastores y, por qué no,
padres de familia, y que el estilo de López Obrador se vaya de alguna manera
haciendo el estilo de México, al menos en lo que este tema se refiere.