Buenas
Noches, Señor Nuncio Apostólico, Mons. Christophe Pierre, buenas noches Señor
Obispo, Mons. Ruy Rendón Leal, buenas noches hermanos sacerdotes.
Soy el
padre José Luis Cerra Luna, párroco de la Parroquia de Nuestra Señora de San
Juan de los Lagos en Río Bravo, soy además el responsable de la Dimensión
Diocesana del Clero.
Señor
Nuncio, esta noche me permito ser portavoz de mis hermanos sacerdotes y a
nombre de nuestra familia presbiteral ofrecerle un muy cordial saludo de
bienvenida, gracias por tomarse este tiempo con nosotros, mis hermanos y yo lo
valoramos mucho.
A lo largo
de estos 8 años de su presencia en México hemos aprendido a estimarlo con
sincero afecto, la profundidad de sus enseñanzas, sus habilidades en el oficio
que ejerce y su sencilla cercanía han beneficiado enormemente el caminar de las
comunidades eclesiales en México. Es edificante también constatar el modo como
ha estado usted haciendo presente en nuestra patria la mentalidad y el querer
del Santo Padre Francisco.
Se me ha
encomendado la tarea de presentar a usted a nuestro presbiterio, con el cual ha
tenido ya oportunidad de convivir en otras ocasiones, ojalá sea esta una
oportunidad más para profundizar nuestra relación y conocimiento mutuos.
Personalmente,
y sé que lo comparto con muchos otros hermanos, me siento profundamente
contento y orgulloso de ser parte de esta familia, no es perfecta; ciertamente
nos esforzamos por ejercer lo mejor que podemos nuestro ministerio, pero
cometemos los pecados promedio de todo presbiterio, usted los conoce; sin
embargo, existe también en nuestra mente y corazón una voluntad muy clara de
convivir en un espíritu de auténtica fraternidad, aunque muchas veces no sea
fácil, y de estar juntos, codo a codo con nuestro Obispo, entregando la vida a
favor del Pueblo Santo Fiel de Dios.
Aunque los
números difícilmente expresan la calidez de las realidades humanas, a veces nos
pueden acercar a ellas, le presento algunas cifras que pueden ser interesantes.
(Breve presentación Power Point de algunas cifras)
Quisiera
ahora pasar a las personas, permítame presentar a usted a Mons. Martín Guerrero
Reyna (todos los presentados se van poniendo de pie), el primer sacerdote ordenado en la recién
creada Diócesis de Matamoros, hace poco más de 54 años; junto con él le
presento a los padres que el aquel tiempo eran seminaristas, algunos de ellos
michoacanos, invitados por el primer Obispo, Mons. Estanislao Alcaraz y
Figueroa, todos son pilar de nuestra familia; le presento también a los
padres Augusto Hernández Ramírez y Alberto del Ángel Vargas, ordenados hace
unos meses, quienes, junto con los diáconos transitorios, son nuestra esperanza.
En medio estamos todos los demás.
Suplico a
todos los párrocos, administradores parroquiales, cuasi párrocos y pastores de
rectorías se pongan de pie, Sr. Nuncio, este es el grupo de sacerdotes que con
amor llevamos la cura de las almas, somos pastores que ofrecemos a nuestros
fieles la Palabra, los Sacramentos y la conducción, en colaboración estrecha
con el Obispo y organizados en tres zonas pastorales y doce decanatos. Junto
con nosotros, nuestros vicarios parroquiales, amigos, hermanos y compañeros que
comparten con nosotros las responsabilidades pastorales en nuestras comunidades
y aprenden el arte de la pastoral.
Un
servicio indispensable en nuestra Iglesia Local es el que presta la curia
administrativa, judicial y pastoral; ellos son los hermanos que colaboran
estrechamente con el Obispo en su vocación de conducir en la caridad a la
Diócesis, cada uno es brazo derecho del Obispo y sostén firme de la vida
diocesana en importantes aspectos. Les estamos muy agradecidos y valoramos su
servicio, tantas veces escondido.
El equipo
formador del seminario lleva sobre sus hombros la enorme responsabilidad y al
mismo tiempo el honor de formar a los futuros pastores, justamente en esta
casa; los retos que enfrentan son ciertamente grandes, pero cada uno de los
seminaristas es luz que se proyecta hacia el futuro de nuestra Iglesia. Todo el
presbiterio y la Diócesis entera oramos y estamos siempre al pendiente de esta
valiosísima y amada institución y de los hermanos que la conducen.
De los
doce decanatos quisiera presentar a usted de modo especial a los hermanos que
integran dos de ellos; estos decanatos se localizan en la periferia geográfica
y existencial de nuestra Diócesis: el decanato de San Fernando, de los municipios de San Fernando y Méndez y el decanato de Santa Ana, de los municipios de la Ribereña.
Uno y otro han sido escenarios de violencia, así lo ha referido la prensa
incluso internacional. Como resulta obvio, el modo de ejercer la pastoral
reviste ahí características muy peculiares, pues aunque de modo general muchos
de nosotros hemos enfrentado las consecuencias del crimen organizado, los
hermanos que han estado en estos decanatos lo han vivido de modo especial y han
sido ellos mismos sus víctimas, junto con muchos miembros de sus comunidades.
Para todo el presbiterio y para los fieles su testimonio de permanencia, amor
al ministerio y valentía representa seguramente uno de los más grandes tesoros
de nuestra Diócesis.
Le
comento, por último, que gracias a Dios y a la preocupación de nuestros cinco
obispos, la Diócesis está organizada, del mismo modo que la Conferencia del
Episcopado Mexicano, en Comisiones Dimensiones y Departamentos, lo cual ofrece
vitalidad pastoral a todos los aspectos del caminar diocesano y contamos
también con todas las instancias de consejo que prevé el Derecho Canónico, lo
que permite a nuestro obispo, siempre dispuesto a la escucha, gobernar con
acierto y tino.
Muchas
gracias por su atención y sepa que en cada una de nuestras parroquias cuenta
usted con amigos y con una casa en la que nos sentiríamos privilegiados de
recibirlo. Oramos con fervor por su persona y ministerio.
Lo
escuchamos ahora con atención.