viernes, 11 de noviembre de 2016

EL CHINO Y YO

Parafraseando a Serrat, mi santa madre diría: "cuídate mucho, Pepito, de las malas compañías". Madre, de ésas no he tenido. No las conozco. En el Camino me han alcanzado y he emparejado sólo a buenos peregrinos, ninguno patológico. Todos, todos, han dejado joyas preciosas en mi alma; me constituyen al noventa por ciento. Los enriquezco y me enriquecen. ¡Ay del solo! ¡Pobre del solo! ¡Compadezco de corazón al solo! Mis amigos son luces y colores. Hay claveles y toros, delicadas telas de encaje y montañas robustas, figuras manieristas de Lladró y mares indomables.

El Chino y yo somos dos hombres que han vivido juntos por tres años, con evidentes diferencias: de edad, de ámbitos de responsabilidad, de personalidad y de costumbres; de horarios, de gustos, de alimentación, de sentido del pudor y del humor; de espiritualidad, de manías y de obsesiones, de modas al vestir y de decibeles al reír; distintas velocidades, distintas visiones, distintas perspectivas y distintos puntos de vista, también pastorales; de la cantidad de cabellera, ni hablar.

Pero somos también idénticos. Compartimos en igual grado el mismo sacramento que nos hace hermanos. Amamos por sobre todas las cosas al mismo Padre, manifestado en Jesucristo, al que los dos seguimos alegres como discípulos y como hermanos. Con Jesucristo, el Chino y yo somos cabeza y pastor en la Iglesia. Ambos nos sentimos igualmente herederos de un bellísimo Pueblo Santo, a quien amamos de modo idéntico y a quien servimos con indescriptible gozo. Y, miren, a decir verdad, estamos igual de locos.

Ahora el Chino se va de la Parroquia y de la casa parroquial, ¡me da tanto gusto!, no porque se vaya, claro, sino porque está viendo cristalizado el sueño de todo muchacho que entra al Seminario y de todo sacerdote desde el día de su ordenación: ser pastor de su propia comunidad. Adivino su alegría, pero también sus dudas y sus incertidumbres; ser por primera vez párroco es atractivo, pero no fácil, ha acariciado este sueño por mucho tiempo y, cuando por fin se va a realizar, sobreviene una especie de parálisis, de shock, de pavor. Cuánto cuesta dejar a las personas a las que se ama y por las que se ha entregado el sacerdote por un tiempo, se le parte a uno el corazón.

Estoy seguro que el Chino será un excelente pastor, porque descubro que cuenta con las dos principales condiciones para serlo: ama a Dios y ama al Pueblo de Dios, así de sencillo; los límites humanos que pueda haber se compensan totalmente. El servicio pastoral como párroco será continuación de su servicio pastoral como vicario, aunque cambie el ámbito de sus responsabilidades.

El Chino ha sido mi hermano, mi amigo y mi hijo; he aprendido mucho de él, muchas joyas, luces y colores ha dejado en mi corazón, lo voy a extrañar muchísimo, como sé que también sucederá a tantísimas personas y familias de Río Bravo, cuántos testimonios seguramente habrá escondidos en los corazones de la comunidad. Sé que él también aprendió mucho; a todos los miembros de la comunidad parroquial, a sus movimientos, grupos y pastorales, niños, jóvenes y adultos, nos queda la inmensa satisfacción de haber enseñado al Chino a ser Párroco; el estilo de su servicio pastoral en este futuro tan próximo, aunque él no lo diga, tendrá la huella de nuestra Parroquia de Nuestra Señora de San Juan.

Chino, compañero peregrino de esta etapa de la vida… ¡Buen Camino!