Pudiera parecer que ya se ha hablado demasiado
del problema del abuso sexual a menores por parte de miembros del clero; todos
sabemos, además, que las consecuencias han sido catastróficas; Sin embargo, no
es posible negar que también hemos avanzado, poco, pero realmente. En este
contexto, quisiera compartir, con quien se acerque a este texto, que he ido entendiendo
que la prevención del abuso a menores debe seguir ocupando un puesto central en
la reflexión y en la vida de las comunidades eclesiales, y que tenemos que
acercarnos al tema desde un contexto lo más amplio posible.
Ciertamente, en estos últimos años, como una
respuesta concreta al terrible tema del abuso, múltiples diócesis, institutos
de vida consagrada, conferencias episcopales e instituciones educativas, se han
dado a la tarea de estudiar este complejo problema y han elaborado directrices,
líneas guías y protocolos, unos más detallados que otros y puestos en práctica en
distintos niveles y grados; sin embargo, la prevención no puede reducirse al
diseño de este tipo de herramientas, por más alta calidad que éstas tengan y
por más que se implementen y supervisen rigurosamente, tampoco podemos
quedarnos en el estudio estricto y científico del tema.
La prevención ha de vivirse de manera eclesial,
comunitaria, sinodal, pero, nuevamente, no basta tener nocionalmente claro un
buen modelo de Iglesia. Durante más de 50 años hemos estado
reflexionando en torno a una Iglesia que es Cuerpo de Cristo, que es Pueblo,
que es Sacramento, que es Rebaño; una Iglesia en la que todos somos hermanos,
en la que no hay mayor dignidad que la del bautismo y no hay mayor privilegio
que el del amor y en donde el más privilegiado es el más débil. No ha sido
suficiente. No basta estudiar científicamente un buen modelo de Iglesia,
una eclesiología impecable, es necesario vivir la Iglesia según ese
modelo, de modo que deje de ser sólo teología y se convierta en vida vivida, en
pan nuestro de cada día.
La Iglesia piramidal, la potestad de régimen
mal entendida, el clericalismo, pretender vivir al margen o por encima de la ley,
la vida diocesana regida a base de decretos, la lejanía entre pastores y
laicos, los malos tratos en las oficinas parroquiales y curiales, el
burocratismo, las liturgias coreográficas, pero nulamente significativas, los
planes pastorales almacenados en los libreros, la mediocridad hecha opción de
vida, la difusa participación de la mujer, la exclusión de personas… son signos que están hoy presentes y
que fortalecemos día con día, tanto pastores como laicos, todo lo cual
inevitablemente, inevitablemente, conduce al abuso, en sus múltiples
expresiones, incluyendo, por supuesto, el abuso de poder y el abuso sexual.
He tenido el honor de participar en el
Congreso latinoamericano de prevención al abuso del menor, que organizó el
Centro de investigación y formación interdisciplinar para la protección del
menor (CEPROME) de la Universidad Pontificia de México, que se llevó a cabo del
6 al 8 de noviembre de este año 2019 (https://ceprome.com/congreso). Los ponentes fueron los máximos
representantes en el tema a nivel mundial, personas eruditas y con gran
profundidad de pensamiento, pero, sobre todo, con un honesto y sensible compromiso
por enfrentar de la manera más evangélica y genuinamente eclesial este
monstruoso cáncer: Rogelio, Hans, Juan Carlos, Daniel, Mario, Luis Manuel, Amedeo,
Charles, Blase Joseph. Además de los contendidos de sus exposiciones, el
testimonio de sus vidas fue ya, sin duda, un sólido magisterio. Gracias.
Tal vez esté mal en decirlo, porque el abuso
siempre ha de ser tratado con respeto y seriedad; sin embargo, quiero atreverme
a decir que el Congreso fue una fiesta, sí, una fiesta. Cada uno de los
cuatrocientos sesenta participantes, provenientes de tantos países, tenemos el
deseo genuino de hacer algo, de comprometernos de alguna manera, de poner
nuestro granito de arena (semilla de mostaza), aunque no sepamos bien cómo,
aunque a veces nos asalten las dudas, tengamos titubeos y lloremos en silencio.
Ver rostros de hombres y mujeres, de jóvenes y no tan jóvenes, ver alzacuellos y
hábitos, jeans, legins, faldas y pantalones, zapatos bien boleaditos, tenis y
tacones… todos anotando, todos tomando fotos a las diapositivas, todos
charlando de lo mismo fue un verdadero placer, una verdadera fiesta. Honro a
todos los que participaron en la logística, desde los que ponían el café y las
galletas Surtido Rico, hasta los encargados de las inscripciones y del sonido,
de la conducción (damas geniales), de los micrófonos para nuestras preguntas
necias ¡Qué alegría ver los restaurantes de los alrededores, llenos de apóstoles
de la prevención!
Me conmovió José Luis, el Arzobispo de San
Salvador, tan genuino, esforzándose de veras por ser sincero, sentadito como
todos y, junto con él, obispos que recibían pedradas, que reían con algunos
comentarios, que anotaban y se distraían a veces con el Whats y con el Face, obedeciendo
dóciles lo que se les indicaba para la jornada de oración, conmovidos,
interesados, como todos. Eso me llena de esperanza, obispos que sean como todos
nosotros.
¿Qué me llevo?
1.
La convicción cada vez más
arraigada e introyectada de creer en una Iglesia y de construir una Iglesia que
sea una madre que ve por todos sus hijos y cuida de todos sus hijos, de manera
especial a sus miembros más pequeños y vulnerables; una comunidad de hermanos y
hermanas en la que crezca la conciencia de su vocación de crear espacios y
relaciones en los que prevalezca el buen trato, el cual refleje de manera
concreta y delicada el mandamiento del amor. Una Iglesia cada vez menos preocupada
de su prestigio, de su imagen y cada vez más comprometida en responder a su vocación
irrenunciable de predicar a Jesucristo y establecer su Reino. Una comunidad en
la que exista el compromiso explícito de luchar entre todos contra todo tipo de
abuso: la verdad no se impone, la autoridad no es autoritarismo, las consultas
no son información de decisiones tomadas, las relaciones entre nosotros y con
los demás han de ser por lo menos educadas, cordiales y respetuosas. La
prevención o es sinodal o no es.
2. Lograr el equilibro no es fácil. Existen distintos planos desde donde hemos
de enfrentar el problema del abuso, teniendo cuidado de no absolutizar o, al
menos, polarizar algún aspecto en específico y relativizar o excluir otros. Son
varios los pilares que es necesario integrar, sin dogmatizar ninguno de ellos y
sin prescindir de ninguno de ellos:
a)
La teología. No podemos entender el abuso de cualquier manera, sino como cristianos
y con la mente, los ojos y el corazón de los cristianos. La reflexión debe
partir de lo que Dios mismo nos ha revelado en su Hijo muerto en la Cruz y resucitado.
Jesucristo es la víctima a la que pueden unirse todas las víctimas; sus heridas
abiertas son las heridas de todos los que, como Jesús, llevan heridas también
siempre abiertas; los verdugos de Jesús fueron los líderes de su propio pueblo,
igual que nuestros ministros perpetradores, nuevos sumos sacerdotes. La teología,
así, debe derivar en eclesiología y en mística.
b)
La psicología. Los estudios científicos en torno al abuso son innumerables y aportan
herramientas imprescindibles. Aunque la psicología no es una ciencia exacta y
el misterio del ser humano trasciende todo esquema, la ciencia nos ha permitido
acercarnos con mayor objetividad a lo que pasa en la mente, en el corazón, en
la historia y en los dolores y desconciertos de víctimas y victimarios. El ser
humano es un inmenso misterio, pero sin la psicología andaríamos totalmente a
ciegas y sin herramienta alguna.
c)
El derecho. Verdad y justicia son metas, horizontes, anhelos, que
deben partir de la caridad. El abuso es siempre injusto y se basa en el engaño,
en la mentira, es sometimiento de un poderoso sobre un inerme. La codificación
de leyes y los procesos legales, incluyendo los penales, tienen como objetivo
justamente servir a la verdad y ver por los débiles. Cuando la comunidad
cristiana se concibe a sí misma como instancia que hace cumplir la ley y que se
somete a la ley, civil y canónica, se compromete frontalmente contra el abuso,
desde una plataforma firme y luminosa.
d)
La pastoral. La vida cotidiana de las comunidades eclesiales es el ámbito natural
y necesario de donde debe partir toda reflexión, toda ciencia, toda ley, toda
experiencia, pero también a donde todo debe desembocar. Las conferencias
episcopales, los institutos de vida consagrada, las diócesis, las parroquias, los
movimientos, asociaciones y pastorales, en fin, todas las instancias eclesiales,
nos vemos obligados a hacer vida cotidiana la prevención como un estilo de vida
y la intervención como un acto de justicia y caridad, inductiva y
deductivamente. Nos debemos organizar, nos debemos poner de acuerdo, debemos
verificar que las cosas no se queden en teoría, debemos tener una pastoral
organizada y eficaz en la que sobresalga una opción decidida por la prevención.
La mentalidad y la acción de toda la Iglesia, y de cada uno de sus miembros debe
confluir en una misma dirección: el bien de todos, especialmente de los más débiles.
3.
Escuchar a las así llamadas víctimas,
no como objetos de compasión, no como instrumentos de análisis, no como
banderas exhibicionistas de autoafirmación o autojustificación, sino escuchando
en ellas y en ellos la voz que Dios nos está dirigiendo y que es el único
factor eficaz de verdadera y profunda transformación y conversión personal y eclesial.
Quien no ha escuchado a las víctimas y no ha llorado con ellas, no podrá
entender nunca y nada del abuso. Me inclino con veneración y expreso mi
profundo respeto y admiración ante el testimonio de los sobrevivientes. Son
ellos y ellas quienes están marcando la verdadera diferencia.
La prevención es una realidad que está a final
de cuentas empezando, es una página nueva en la historia de la Iglesia, aunque
esté arraigada en el mismo Evangelio; estamos iniciando una etapa, que
ciertamente no nos llevará seguramente a la erradicación permanente del
problema, pero que nos está conduciendo a poner en el centro a las víctimas y a
contribuir a la construcción de nuevos ambientes, en los que finalmente la
Iglesia pueda ser un hogar seguro para todos, siempre y cuando seamos todos quienes
nos comprometamos: nadie está al margen o fuera de la responsabilidad.
¿Qué me llevo? Esperanza.