lunes, 23 de diciembre de 2019

LOS DOS PAPAS


Ya vi la película de Netflix Los dos Papas y, de todo corazón, quisiera compartir algunos pensamientos y reacciones personales, como ya he hecho en algunas ocasiones en este blog sobre otras cintas. Hablaré de perplejidad más adelante, pero ahora mismo ya la experimento, no quise caer en spoilers, pero creo que algunas consideraciones tal vez lo sean. Yo creo que este texto puede ser leído antes o después de haber visto la película, pero también sin pretender verla, otra prudente opción sería ni siquiera leerlo. Bajo su cuenta y riesgo.
No hay que dejar de pensar que es película de ficción. Aunque dice que se basa en hechos reales; aunque por supuesto la obra tenga sustentos históricos y documentales; aunque ambos actores, Anthony Hopkins, como Benedicto, y Jonathan Pryce, como Francisco, hayan hecho un estudio profundo del carácter de los Papas a quienes representan y lo hayan hecho de manera extraordinaria; aunque muchas escenas sean cuadros que representan fielmente imágenes que nos son muy familiares porque las hemos visto por televisión. No pude haber visto nunca el chaleco de lana de Benedicto, pero estoy seguro de que tiene uno así, no puedo dejar de pensar tampoco que la pijama de Francisco debe ser igualita a la que de hecho él usa. A pesar de todo esto, repito, la película es ficción.

La cinta ciertamente no hace justicia ni a Benedicto ni a Francisco, no los retrata de manera estricta, hay excesos y omisiones, pero la pretensión ni de Anthony McCarten, su escritor, ni de Fernando Meirelles, su director, fue hacer una obra histórica. Sin embargo, cada uno de los Papas ciertamente representa teologías, ideologías, prácticas eclesiásticas, modos de ser y de ejercer la autoridad, todo lo cual efectivamente coexiste en la Iglesia y nos es muy familiar, tanto a pastores como a fieles laicos. El real Benedicto no es un intransigente defensor a ultranza de un dogma inamovible, ni ejerció su autoridad con notas de ambición e intolerancia; por el contrario, ha sido un gran teólogo que ofrece maduramente novedosísimos modos de entender el misterio cristiano y un prudente pastor que dio inicio a verdaderas y necesarias reformas.

El verdadero Francisco no es un reformista a ultranza, un inventor revolucionario que viene a cortar de raíz todo aquello que huela a tradición, imponiendo nuevas doctrinas que contradicen o se colocan en conflicto con el corpus doctrinal y moral de los siglos precedentes, no; ciertamente Francisco está en la línea de la tradición y profesa las verdades que la Iglesia ha proclamado y defendido siempre, es prudente y ejerce un liderazgo claro y bien delineado. Sin embargo, y siempre con mucho respeto, cada uno de los Papas sí que representa, aunque no de manera pura, una respectiva ala en la Iglesia: tradición y reforma, nadie lo puede negar, tanto en la película como en sus históricos pontificados.
Obviamente esa no es la tesis central de la película, por lo que no creo que valga la pena descalificarla por su falta de “objetividad” histórica, ni por justificar o condenar el tradicionalismo o el reformismo en cuanto tales. Tanto la cuestión histórica, como el tema de la tradición y la reforma, en todo caso, han de situarse en un contexto mucho más amplio: los prolongados diálogos no sólo nos llevan a ir tomando posiciones teológicas o ideológicas, sino que sobre todo nos permiten contemplar el desarrollo de una relación entrañable entre dos viejos servidores de Dios, que a lo largo de su vida no han buscado otra cosa sino hacer la voluntad de Dios lo mejor que han podido. Eso, a final de cuentas, es lo que los une y lo que va a permitir la transición y eso, también, fue lo que más me conmovió de la película.
El gancho afectivo entre ambos no fueron las discusiones ganadas o perdidas, sino el hecho que ambos abrieron la vulnerabilidad más grande que los agobia, fue en eso que coincidieron. Tanto los vínculos de Bergoglio con Massera y con Videla, como sus polémicas y nunca bien entendidas actitudes durante la dictadura como provincial de los jesuitas, provocaron en el interior del futuro Papa un conflicto de conciencia que nunca lo dejó. Ratzinger también; tuve la sensación de que se oyó incluso macabro, sórdido, cuando Benedicto pregunta: “¿Recuerda al padre Maciel?”, su seguridad, la claridad de su mente, su fría logística sucesoria, se transformaron en una sombría vergüenza y en una culpa, que el Papa, por vez primera, tiene la humildad y el valor de reconocer y expresar.
Todos los que estamos en el camino de la fe y prestamos un servicio en la Iglesia podemos entender que, queriendo hacer el bien y agradar a Dios, hay ocasiones cruciales en las que las cosas no resultan tan claras y que aquello que pensábamos que era correcto, provoca el efecto contrario. Buscando la verdad, caemos en la mentira o en el error, queriendo la justicia, a final de cuentas somos injustos, deseando practicar la caridad y obtener el bien para los demás, provocamos dolor y escándalo. ¿Gracia o pecado? La perplejidad va acompañando la vida humana, también la vida espiritual y el camino pastoral, y tiene repercusiones directas y dramáticas en la fe. El hecho que dos Papas tengan conflictos en su fe y sientan que Dios no les habla, no es exclusivo de pontífices o cardenales, ni siquiera de obispos o curas, sino de todos los cristianos, lo cual, sin embargo, representa el punto de unión afectiva entre Ratzinger y Bergoglio, no las ideas o el modo de practicar la autoridad. En mi caso personal me sentí profundamente implicado en esa dinámica y creo que eso fue lo que provocó el más fuerte impacto en mi sensibilidad. Tradición y reforma se unen en la vulnerabilidad humana, la cual conduce a la continuidad y a una fuerte y entrañable amistad, eso, según yo, es el principal “signo” que Dios ofrece a sus siervos.
Además de eso, y como un suculento complemento, creo que no resulta circunstancial todo el aspecto lúdico de la relación entre los protagonistas: las aficiones a la música de Benedicto y al futbol de Francisco, el gusto por la pizza, el vino, la cerveza y la fanta de naranja, su común pero diversamente entendido sentido del humor, Dancing Queen y Abbey Road, son elementos que no sólo dan equilibrio a la película, sino que indican que, aunque aparentemente accidentales, la vida se compone no sólo de teologías y cosas serias, sino también de esos momentos divertidos que son capaces de unir almas, como el tango; en ese sentido, fue una gozada enorme la escena de la comida en el “cuarto de las lágrimas”, pero sobre todo, la gran final Alemania – Argentina de 2014, gran final también de esta película que me impactó, me emocionó, me hizo pensar y me divirtió.


lunes, 11 de noviembre de 2019

REFLEXIONES EN TORNO A MI ASISTENCIA AL CONGRESO LATINOAMERICANO DE PRE-VENCIÓN AL ABUSO DEL MENOR, DEL 6 AL 8 DE NOVIEMBRE DE 2019, EN LA UNIVERSI-DAD PONTIFICIA DE MÉXICO



Pudiera parecer que ya se ha hablado demasiado del problema del abuso sexual a menores por parte de miembros del clero; todos sabemos, además, que las consecuencias han sido catastróficas; Sin embargo, no es posible negar que también hemos avanzado, poco, pero realmente. En este contexto, quisiera compartir, con quien se acerque a este texto, que he ido entendiendo que la prevención del abuso a menores debe seguir ocupando un puesto central en la reflexión y en la vida de las comunidades eclesiales, y que tenemos que acercarnos al tema desde un contexto lo más amplio posible.
Ciertamente, en estos últimos años, como una respuesta concreta al terrible tema del abuso, múltiples diócesis, institutos de vida consagrada, conferencias episcopales e instituciones educativas, se han dado a la tarea de estudiar este complejo problema y han elaborado directrices, líneas guías y protocolos, unos más detallados que otros y puestos en práctica en distintos niveles y grados; sin embargo, la prevención no puede reducirse al diseño de este tipo de herramientas, por más alta calidad que éstas tengan y por más que se implementen y supervisen rigurosamente, tampoco podemos quedarnos en el estudio estricto y científico del tema.
La prevención ha de vivirse de manera eclesial, comunitaria, sinodal, pero, nuevamente, no basta tener nocionalmente claro un buen modelo de Iglesia. Durante más de 50 años hemos estado reflexionando en torno a una Iglesia que es Cuerpo de Cristo, que es Pueblo, que es Sacramento, que es Rebaño; una Iglesia en la que todos somos hermanos, en la que no hay mayor dignidad que la del bautismo y no hay mayor privilegio que el del amor y en donde el más privilegiado es el más débil. No ha sido suficiente. No basta estudiar científicamente un buen modelo de Iglesia, una eclesiología impecable, es necesario vivir la Iglesia según ese modelo, de modo que deje de ser sólo teología y se convierta en vida vivida, en pan nuestro de cada día.
La Iglesia piramidal, la potestad de régimen mal entendida, el clericalismo, pretender vivir al margen o por encima de la ley, la vida diocesana regida a base de decretos, la lejanía entre pastores y laicos, los malos tratos en las oficinas parroquiales y curiales, el burocratismo, las liturgias coreográficas, pero nulamente significativas, los planes pastorales almacenados en los libreros, la mediocridad hecha opción de vida, la difusa participación de la mujer, la exclusión de personas… son signos que están hoy presentes y que fortalecemos día con día, tanto pastores como laicos, todo lo cual inevitablemente, inevitablemente, conduce al abuso, en sus múltiples expresiones, incluyendo, por supuesto, el abuso de poder y el abuso sexual.
He tenido el honor de participar en el Congreso latinoamericano de prevención al abuso del menor, que organizó el Centro de investigación y formación interdisciplinar para la protección del menor (CEPROME) de la Universidad Pontificia de México, que se llevó a cabo del 6 al 8 de noviembre de este año 2019 (https://ceprome.com/congreso). Los ponentes fueron los máximos representantes en el tema a nivel mundial, personas eruditas y con gran profundidad de pensamiento, pero, sobre todo, con un honesto y sensible compromiso por enfrentar de la manera más evangélica y genuinamente eclesial este monstruoso cáncer: Rogelio, Hans, Juan Carlos, Daniel, Mario, Luis Manuel, Amedeo, Charles, Blase Joseph. Además de los contendidos de sus exposiciones, el testimonio de sus vidas fue ya, sin duda, un sólido magisterio. Gracias.
Tal vez esté mal en decirlo, porque el abuso siempre ha de ser tratado con respeto y seriedad; sin embargo, quiero atreverme a decir que el Congreso fue una fiesta, sí, una fiesta. Cada uno de los cuatrocientos sesenta participantes, provenientes de tantos países, tenemos el deseo genuino de hacer algo, de comprometernos de alguna manera, de poner nuestro granito de arena (semilla de mostaza), aunque no sepamos bien cómo, aunque a veces nos asalten las dudas, tengamos titubeos y lloremos en silencio. Ver rostros de hombres y mujeres, de jóvenes y no tan jóvenes, ver alzacuellos y hábitos, jeans, legins, faldas y pantalones, zapatos bien boleaditos, tenis y tacones… todos anotando, todos tomando fotos a las diapositivas, todos charlando de lo mismo fue un verdadero placer, una verdadera fiesta. Honro a todos los que participaron en la logística, desde los que ponían el café y las galletas Surtido Rico, hasta los encargados de las inscripciones y del sonido, de la conducción (damas geniales), de los micrófonos para nuestras preguntas necias ¡Qué alegría ver los restaurantes de los alrededores, llenos de apóstoles de la prevención!
Me conmovió José Luis, el Arzobispo de San Salvador, tan genuino, esforzándose de veras por ser sincero, sentadito como todos y, junto con él, obispos que recibían pedradas, que reían con algunos comentarios, que anotaban y se distraían a veces con el Whats y con el Face, obedeciendo dóciles lo que se les indicaba para la jornada de oración, conmovidos, interesados, como todos. Eso me llena de esperanza, obispos que sean como todos nosotros.
¿Qué me llevo?
1.     La convicción cada vez más arraigada e introyectada de creer en una Iglesia y de construir una Iglesia que sea una madre que ve por todos sus hijos y cuida de todos sus hijos, de manera especial a sus miembros más pequeños y vulnerables; una comunidad de hermanos y hermanas en la que crezca la conciencia de su vocación de crear espacios y relaciones en los que prevalezca el buen trato, el cual refleje de manera concreta y delicada el mandamiento del amor. Una Iglesia cada vez menos preocupada de su prestigio, de su imagen y cada vez más comprometida en responder a su vocación irrenunciable de predicar a Jesucristo y establecer su Reino. Una comunidad en la que exista el compromiso explícito de luchar entre todos contra todo tipo de abuso: la verdad no se impone, la autoridad no es autoritarismo, las consultas no son información de decisiones tomadas, las relaciones entre nosotros y con los demás han de ser por lo menos educadas, cordiales y respetuosas. La prevención o es sinodal o no es.
2.     Lograr el equilibro no es fácil. Existen distintos planos desde donde hemos de enfrentar el problema del abuso, teniendo cuidado de no absolutizar o, al menos, polarizar algún aspecto en específico y relativizar o excluir otros. Son varios los pilares que es necesario integrar, sin dogmatizar ninguno de ellos y sin prescindir de ninguno de ellos:
a)     La teología. No podemos entender el abuso de cualquier manera, sino como cristianos y con la mente, los ojos y el corazón de los cristianos. La reflexión debe partir de lo que Dios mismo nos ha revelado en su Hijo muerto en la Cruz y resucitado. Jesucristo es la víctima a la que pueden unirse todas las víctimas; sus heridas abiertas son las heridas de todos los que, como Jesús, llevan heridas también siempre abiertas; los verdugos de Jesús fueron los líderes de su propio pueblo, igual que nuestros ministros perpetradores, nuevos sumos sacerdotes. La teología, así, debe derivar en eclesiología y en mística.
b)    La psicología. Los estudios científicos en torno al abuso son innumerables y aportan herramientas imprescindibles. Aunque la psicología no es una ciencia exacta y el misterio del ser humano trasciende todo esquema, la ciencia nos ha permitido acercarnos con mayor objetividad a lo que pasa en la mente, en el corazón, en la historia y en los dolores y desconciertos de víctimas y victimarios. El ser humano es un inmenso misterio, pero sin la psicología andaríamos totalmente a ciegas y sin herramienta alguna.
c)     El derecho. Verdad y justicia son metas, horizontes, anhelos, que deben partir de la caridad. El abuso es siempre injusto y se basa en el engaño, en la mentira, es sometimiento de un poderoso sobre un inerme. La codificación de leyes y los procesos legales, incluyendo los penales, tienen como objetivo justamente servir a la verdad y ver por los débiles. Cuando la comunidad cristiana se concibe a sí misma como instancia que hace cumplir la ley y que se somete a la ley, civil y canónica, se compromete frontalmente contra el abuso, desde una plataforma firme y luminosa.
d)    La pastoral. La vida cotidiana de las comunidades eclesiales es el ámbito natural y necesario de donde debe partir toda reflexión, toda ciencia, toda ley, toda experiencia, pero también a donde todo debe desembocar. Las conferencias episcopales, los institutos de vida consagrada, las diócesis, las parroquias, los movimientos, asociaciones y pastorales, en fin, todas las instancias eclesiales, nos vemos obligados a hacer vida cotidiana la prevención como un estilo de vida y la intervención como un acto de justicia y caridad, inductiva y deductivamente. Nos debemos organizar, nos debemos poner de acuerdo, debemos verificar que las cosas no se queden en teoría, debemos tener una pastoral organizada y eficaz en la que sobresalga una opción decidida por la prevención. La mentalidad y la acción de toda la Iglesia, y de cada uno de sus miembros debe confluir en una misma dirección: el bien de todos, especialmente de los más débiles.
3.     Escuchar a las así llamadas víctimas, no como objetos de compasión, no como instrumentos de análisis, no como banderas exhibicionistas de autoafirmación o autojustificación, sino escuchando en ellas y en ellos la voz que Dios nos está dirigiendo y que es el único factor eficaz de verdadera y profunda transformación y conversión personal y eclesial. Quien no ha escuchado a las víctimas y no ha llorado con ellas, no podrá entender nunca y nada del abuso. Me inclino con veneración y expreso mi profundo respeto y admiración ante el testimonio de los sobrevivientes. Son ellos y ellas quienes están marcando la verdadera diferencia.
La prevención es una realidad que está a final de cuentas empezando, es una página nueva en la historia de la Iglesia, aunque esté arraigada en el mismo Evangelio; estamos iniciando una etapa, que ciertamente no nos llevará seguramente a la erradicación permanente del problema, pero que nos está conduciendo a poner en el centro a las víctimas y a contribuir a la construcción de nuevos ambientes, en los que finalmente la Iglesia pueda ser un hogar seguro para todos, siempre y cuando seamos todos quienes nos comprometamos: nadie está al margen o fuera de la responsabilidad.
¿Qué me llevo? Esperanza.