Les comparto un viejo texto que escribí al día siguiente que concelebré la Eucaristía con San Juan Pablo II, el 28 de mayo de 1998. Las lecturas fueron las del jueves VII de Pascua. Lo transcribo tal cual.
Cuando
estaba por salir de México, un día, haciendo oración, decía más o menos al
Señor: «Señor, gracias, porque ahora que me voy a Roma, por fin voy a descansar
de las tensiones del Seminario, de las clases, de las prisas, de los problemas de los
muchachos, de las broncas, del estrés...» etc. etc.
Un poco
quitado de la pena, abro el misal para ver las lecturas del día y me topo con
el siguiente texto: «Ánimo, porque así
como has dado testimonio de mí en Jerusalén, tendrás que darlo en Roma».
Era Jesús que se aparece a Pablo en la noche, cuando se preparaba para ser
juzgado en la ciudad donde ahora vivo.
No te
imaginas la impresión que me dio, dirigí mi mirada hacia el sagrario, sólo para
decir al Señor desde lo íntimo de mi ser y entre perplejo y azorado: «¡te la
bañas!». Sentí claramente que el Señor me miraba un poco socarronamente desde
el sagrario. Fue oportunidad para iniciar una buena charla con él.
Ya lo
había olvidado.
Ayer en
la noche, tranquilamente estudiaba para el examen de hoy, cuando «ring, ring»
(el teléfono): «¿Es usted el padre José Luis Cerra?». «Sí». «¿Puede venir
mañana a las 7:30 de la mañana a concelebrar la misa con el Santo Padre en su
capilla privada?». «Sí». «Lo esperamos, pues, en la puerta de bronce, a las
7:00 en punto». «Gracias».
No
sabía qué ponerme, mi alba buena estaba sucia, la limpia muy fea, un compañero
me prestó una suya muy elegante. Me dormí (es un decir). Cada veinte minutos me
despertaba con el temor de que el despertador a la hora no funcionara,
efectivamente no funcionó, pero porque me desperté a las 5:00, a las 5:10, a
las 5:20, a las 5:28, que fue cuando lo apagué antes de que sonara. Lo había
puesto a las 5:30.
A las
7:00 en punto en la famosa puerta de bronce (cosa extraña, no me corté cuando
me rasuré), fui el último del grupo en llegar (unas treinta personas), nos
condujeron por pasillos, escaleras, más pasillos, salones, pasillos, escaleras
y un elevador, pasillos, salones y no más escaleras. Todo muy bonito (además, sin
turistas japoneses que tomaran fotos), son cosas que no se ven frecuentemente.
Me llamó la atención que había muchos cuadros de tema religioso con estilo moderno.
Por fin llegamos a un salón (ya conocido por mí... en fotografía).
A las
7:15 de una puerta salió un monseñor que se ve siempre cerca del Papa en las
fotos y en la tele, en persona mucho más amable; aunque no me creas, polaco.
«¿En qué lengua será la misa?». Los de lengua española perdimos nueve a uno...
decidido, en inglés. Nos revestimos, intercambiábamos breves, muy breves,
miradas. Conté a los curas, efectivamente, éramos diez. Y como veinte laicos.
A las
7:30 se abrió otra puerta, entramos, lo primero que vi fue al Santo Padre
hincado, orando... se ve que de veras ora; fue la primera gran impresión,
pensé: «¡este hombre está platicando personalmente con Dios!», y también:
«pero, si yo también platico con él y todos los que hacen oración», pero me
repuse: «sí, pero éste es distinto, está hablando con Dios en persona». Nos
acomodaron, a los curas en primera fila, cual debe; si estiraba un poquito el
pie, podía tocar el pie del Papa, que estaba de espaldas, muy cerca. Encorvado,
con su mano que le temblaba. En un momento se tocó con una mano los dos ojos,
luego la boca y luego el corazón, adiviné que oraba: «te consagro en este día mis ojos, mi boca, mi corazón, en una palabra todo
mi ser, ya que soy todo tuyo, oh Madre de bondad, defiéndeme y ...».
La tela
de la sotana se veía viejita, no sucia, pero viejita, no traía la banda, sólo
la sotana, floja, después de todo estaba en su casa. Se puso de pie, lo
ayudaron a revestirse sus secretarios, un seminarista americano empezó a
cantar, extraordinariamente bien, cantos, además, preciosos, todos pascuales,
de venida de Espíritu Santo todos.
La capilla
es muy chica, apenas cupimos todos, muy moderna. Al fondo hay un mosaico donde
se ve la crucifixión de Pedro, que así murió, crucificado... pero con la cabeza
hacia abajo. Pensé: «¿cuántas veces el sucesor de Pedro habrá visto este
mosaico?, ¿qué habrá pensado de su antecesor, de sus antecesores, de él mismo
como el Pedro de hoy?» Vi el sagrario, pequeño, sencillo... contiene la misma
Eucaristía de todos los sagrarios del mundo... pensé: «¿cuántas veces Jesús,
desde este sagrario le habrá preguntado al sucesor de Pedro: ‘Juan Pablo, ¿me amas?’... y Pedro, en el
siglo XX, respondiendo: «Señor, tú lo
sabes todo, tú sabes que te amo»..., dirigiendo su mirada azul hacia ese
mismo sagrario. «Apacienta mis ovejas».
Cuando se puso de pie, vi que el terciopelo de su reclinatorio está gastado.
«In the name of the
Father...»
Pausado,
con dificultad, con unción.
«Let us call to
mind our sins». Temblé. No me había
acordado hasta entonces que soy pecador.
Pasa el
seminarista a hacer la lectura: «A
reading from the Acts of the Apostles».
De
repente, sin decir agua va, escucho: «Entonces
el Señor se apareció a Pablo y le dijo: Ánimo, porque así como has dado
testimonio de mi en Jerusalén, tendrás que hacerlo también en Roma».
Impacto
fuerte, a Dios no se le olvidan las cosas, es fiel a sus promesas, dialoga con
nosotros, más aún, dialoga con cada uno, dialoga conmigo, me ama... las de
cocodrilo... «Señor, tú sabes que te amo»...; mirando al sagrario, al mismo
sagrario al que diariamente dirige el Vicario de Cristo su mirada orante por
toda la Iglesia... «¡te la bañas!», musité.
El
Evangelio, Juan 17, la oración sacerdotal de Jesús.. «que todos sean uno como tú Padre en mí y yo en ti somos uno... Yo en
ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú
me has enviado y que los amas, como me amas a mí...»
Que
todos sean uno, por adentro (que es donde se encuentran a veces las mayores
divisiones) y por afuera, como familia, como comunidad, como amigos; mi
familia, mi madre, mis hermanos, mis sobrinos; mi comunidad, mi diócesis, mi
obispo, mi presbiterio, mis amigos.
8:10: «Vayan en paz, la misa ha terminado».
Nos
quitamos los ornamentos, nos formamos, sale el Papa, despacito («... Viejo, mi querido viejo, ahora ya caminas
lento, como desafiando al tiempo...», como desafiando al tercer milenio).
Le dice el secretario, «es de México», dice el Papa, «mexicano, mexicano». Y yo
que había preparado mi discurso, y yo que había ensayado poses para la foto,
nada: mudo y con la cara de bobo («yo soy
tu sangre, mi viejo, soy tu silencio y tu tiempo...»). Ha sido el sentimiento
nacionalista más intenso que he vivido.
¿Se me
podrá olvidar jamás su mirada azul? Él ya no se acuerda, morirá sin saber cómo
me miró, yo moriré sabiendo cómo me miró.
9:15,
mi turno para presentar examen oral sobre la espiritualidad del sacerdote diocesano: ante el profesor, un
fracaso. En realidad no me importa mucho, hoy he recibido la mejor clase de
espiritualidad del sacerdote diocesano de mi vida.
Un
abrazo.
José
Luis.