martes, 9 de agosto de 2016

LA EUCARISTÍA EN LA VIDA DE MI COMUNIDAD

Cuando era seminarista, una de las mayores motivaciones que me animaban en mi vocación, era llegar a poder celebrar Misa. Hoy, 26 años después de mi ordenación, reconozco que de todo lo que hago como sacerdote, lo que más disfruto y de lo que no me he cansado, es justamente celebrar la Eucaristía los domingos en mi comunidad parroquial. Especialmente son importantes para mí las Misas de Navidad y la Vigilia Pascual.

Cada vez que salgo de la sacristía con los monaguillos y con los ministros, cuando empieza a cantar el coro después de la introducción del monitor, cuando todos se ponen de pie y empieza la celebración, experimento que la Iglesia está viva y que Cristo está presente en medio de nosotros.

Nos habla elocuentemente en su Palabra y nos alimenta con generosidad con su Cuerpo ofrecido por nosotros; participamos de la Última Cena, nos hacemos presentes el Viernes del Calvario y somos testigos de la tumba vacía. Cristo muere y resucita con nosotros, animando nuestra vida cristiana.

Qué gozo cuando los niños participan y veo que les gusta venir a la Iglesia y me dan la paz; qué alegría cuando desde el presbiterio alcanzo a reconocer a las familias que vienen completas y que tienen su banca preferida; cuánta admiración me merecen los ancianos y los enfermos que desafían todo tipo de obstáculos y, haciendo enormes esfuerzos, nunca faltan; mi corazón se llena de júbilo cuando los jóvenes cantan en su coro, leen las lecturas, recogen la colecta, se sientan juntos con sus hermanos de grupo o movimiento, cuando se quedan después de misa a convivir y a comerse un elote. Nunca me cansa la maravilla de ver mujeres embarazadas que con sus esposos se acercan a comulgar, con su mano en el vientre, el cual crece de domingo a domingo y de repente llegan con su bebé en brazos; amo ver a los esposos que comulgan juntos. Me conmueve la devoción con que Juanny Álvarez lava los purificadores y corporales en su casa.

Varias veces se me ha hecho un nudo en la garganta al ver la línea de la comunión que llega hasta la entrada del templo y da vuelta, de uno y de otro lado.

Sé que a veces me distraigo, que en ocasiones no preparo la homilía como debe ser, que repito las cosas y no me doy cuenta; es cierto también que a veces los ministerios fallan, que las cuestiones técnicas no ayudan, o que está muy fuerte el aire o que se siente calor, o que al coro se les va la nota; sin embargo, a final de cuentas, la Eucaristía tiene su fuerza y su eficacia propia, atrae a las personas y las llena de su paz, se van a su casa contentas y con Dios en su corazón, aunque hayan venido peleándose porque no estuvieron listos a tiempo: a cada uno Dios le habla y le da lo que necesita, de formas a veces más inesperada.

Agradezco mucho y reconozco la virtud de aquellos a los que no les gusta venir a Misa y se aburren, pero vienen porque son obedientes a sus papás y eso es bueno, o porque traen a personas enfermas o ancianas y eso es virtuoso, o porque su novia los obliga y eso es muestra de amor. Sé que de muchas maneras Dios va actuando.

La Eucaristía está en el centro de la vida de la Iglesia y de cada cristiano, familia y comunidad parroquial. Que nadie falte a Misa los domingos, más que hacerle un favor a Dios él nos lo hace a nosotros.

También los católicos adoramos la Eucaristía, porque ahí está Jesús realmente presente, desde la hostia consagrada él está con nosotros, nos escucha, nos atiende, nos muestra su cercanía, su amor y su misericordia. Todos los santos se han hecho santos arrodillados ante el sagrario; frente a la custodia muchos han encontrado su vocación, han discernido decisiones importantes para sus vidas, han encontrado consuelo en sus penas y fortaleza en sus debilidades. Ninguno como Jesús es confidente y amigo.

Los niños del Catecismo gracias a Dios están aprendiendo a amar a Jesús presente en el Sagrario, los grupos y  movimientos juveniles se han comprometido a hacerse presentes, por su cuenta o en grupo en la Capilla del Santísimo; muchos adultos tienen ya un día y una hora para venir a hacer su visita al Santísimo. Cuántos testimonios pudiéramos escuchar de lo que Jesús Sacramentado ha hecho en sus vidas, en la soledad, sin que nadie se dé cuenta.

Sin embargo, también es cierto que aunque en la Parroquia tenemos una bella Capilla del Santísimo, muchas veces está sola; los jueves celebramos la Hora Santa, pero pudiera venir más gente, los viernes segundos de cada mes tenemos la Adoración Nocturna, pero no hemos podido despegar como Dios quiere.

Sueño el día en que la adoración al Santísimo sea la columna vertebral de la pastoral Parroquial y de la vida espiritual de cada uno de sus miembros. Oremos al Santísimo por ello.


Adoremos y demos gracias en cada instante y momento, al Santísimo y Divinísimo Sacramento.