Cuando era
seminarista, una de las mayores motivaciones que me animaban en mi vocación,
era llegar a poder celebrar Misa. Hoy, 26 años después de mi ordenación,
reconozco que de todo lo que hago como sacerdote, lo que más disfruto y de lo
que no me he cansado, es justamente celebrar la Eucaristía los domingos en mi
comunidad parroquial. Especialmente son importantes para mí las Misas de
Navidad y la Vigilia Pascual.
Cada vez
que salgo de la sacristía con los monaguillos y con los ministros, cuando
empieza a cantar el coro después de la introducción del monitor, cuando todos
se ponen de pie y empieza la celebración, experimento que la Iglesia está viva
y que Cristo está presente en medio de nosotros.
Nos habla
elocuentemente en su Palabra y nos alimenta con generosidad con su Cuerpo
ofrecido por nosotros; participamos de la Última Cena, nos hacemos presentes el
Viernes del Calvario y somos testigos de la tumba vacía. Cristo muere y
resucita con nosotros, animando nuestra vida cristiana.
Qué gozo
cuando los niños participan y veo que les gusta venir a la Iglesia y me dan la
paz; qué alegría cuando desde el presbiterio alcanzo a reconocer a las familias
que vienen completas y que tienen su banca preferida; cuánta admiración me
merecen los ancianos y los enfermos que desafían todo tipo de obstáculos y,
haciendo enormes esfuerzos, nunca faltan; mi corazón se llena de júbilo cuando
los jóvenes cantan en su coro, leen las lecturas, recogen la colecta, se
sientan juntos con sus hermanos de grupo o movimiento, cuando se quedan después
de misa a convivir y a comerse un elote. Nunca me cansa la maravilla de ver
mujeres embarazadas que con sus esposos se acercan a comulgar, con su mano en
el vientre, el cual crece de domingo a domingo y de repente llegan con su bebé
en brazos; amo ver a los esposos que comulgan juntos. Me conmueve la devoción
con que Juanny Álvarez lava los purificadores y corporales en su casa.
Varias
veces se me ha hecho un nudo en la garganta al ver la línea de la comunión que
llega hasta la entrada del templo y da vuelta, de uno y de otro lado.
Sé que a
veces me distraigo, que en ocasiones no preparo la homilía como debe ser, que
repito las cosas y no me doy cuenta; es cierto también que a veces los
ministerios fallan, que las cuestiones técnicas no ayudan, o que está muy
fuerte el aire o que se siente calor, o que al coro se les va la nota; sin
embargo, a final de cuentas, la Eucaristía tiene su fuerza y su eficacia
propia, atrae a las personas y las llena de su paz, se van a su casa contentas
y con Dios en su corazón, aunque hayan venido peleándose porque no estuvieron
listos a tiempo: a cada uno Dios le habla y le da lo que necesita, de formas a
veces más inesperada.
Agradezco
mucho y reconozco la virtud de aquellos a los que no les gusta venir a Misa y
se aburren, pero vienen porque son obedientes a sus papás y eso es bueno, o
porque traen a personas enfermas o ancianas y eso es virtuoso, o porque su novia los obliga y eso es muestra de amor. Sé que de muchas maneras Dios va actuando.
La
Eucaristía está en el centro de la vida de la Iglesia y de cada cristiano,
familia y comunidad parroquial. Que nadie falte a Misa los domingos, más que
hacerle un favor a Dios él nos lo hace a nosotros.
También
los católicos adoramos la Eucaristía, porque ahí está Jesús realmente presente,
desde la hostia consagrada él está con nosotros, nos escucha, nos atiende, nos
muestra su cercanía, su amor y su misericordia. Todos los santos se han hecho
santos arrodillados ante el sagrario; frente a la custodia muchos han
encontrado su vocación, han discernido decisiones importantes para sus vidas,
han encontrado consuelo en sus penas y fortaleza en sus debilidades. Ninguno
como Jesús es confidente y amigo.
Los niños
del Catecismo gracias a Dios están aprendiendo a amar a Jesús presente en el
Sagrario, los grupos y movimientos
juveniles se han comprometido a hacerse presentes, por su cuenta o en grupo en
la Capilla del Santísimo; muchos adultos tienen ya un día y una hora para venir
a hacer su visita al Santísimo. Cuántos testimonios pudiéramos escuchar de lo
que Jesús Sacramentado ha hecho en sus vidas, en la soledad, sin que nadie
se dé cuenta.
Sin
embargo, también es cierto que aunque en la Parroquia tenemos una bella Capilla
del Santísimo, muchas veces está sola; los jueves celebramos la Hora Santa,
pero pudiera venir más gente, los viernes segundos de cada mes tenemos la
Adoración Nocturna, pero no hemos podido despegar como Dios quiere.
Sueño el
día en que la adoración al Santísimo sea la columna vertebral de la pastoral
Parroquial y de la vida espiritual de cada uno de sus miembros. Oremos al
Santísimo por ello.
Adoremos y
demos gracias en cada instante y momento, al Santísimo y Divinísimo Sacramento.