viernes, 15 de abril de 2022

PÉSAME A LA VIRGEN


Por la señal de la Santa Cruz…

Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío, por ser Vos quien sois y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; propongo firmemente nunca más pecar, apartarme de todas las ocasiones próximas de pecado, confesarme y, cumplir la penitencia que me fuera impuesta.

Ofrezco, Señor, mi vida, obras y trabajos, en satisfacción de todos mis pecados, y, así como lo suplico, así confío en vuestra bondad y misericordia infinita, que los perdonareis, por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme, y perseverar en vuestro santo amor y servicio, hasta el fin de mi vida.

Este Viernes Santo nos acercamos a la Santísima Virgen María para expresarle nuestro más sentido y sincero pésame por la muerte de su Hijo. Lo haremos rezando y meditando con mucha devoción el Santo Rosario. Los misterios que consideraremos el día de hoy son los Misterios Dolorosos. 

Primer Misterio: La Oración de Jesús en el Huerto.

Virgen de los Dolores, que diste a luz a Jesús, que acompañaste sus primeros pasos, que contemplaste su crecimiento; siempre obediente a la autoridad de su padre, el Señor San José y a ti, su Santísima Madre; amaste a tu Hijo, siempre respetuoso, cariñoso, trabajador y alegre. Al Igual que sus discípulos, seguramente, tu esposo y tú, en innumerables ocasiones sorprendieron a Jesús orando en privado, y lo escucharon rezar en familia, dirigir la oración en la sinagoga o en ocasiones especiales en Nazaret; Virgen Dolorosa, tú eres una mujer de oración, una gran contemplativa, que apreciaste con amor y respeto la oración de tu Hijo, que aprendiste de su oración devota y ungida; ahora lo contemplamos orando en circunstancias que jamás imaginaste, en el Huerto, a unas horas de su detención, de su juicio injusto, de su tortura, de su ejecución. Jesús oraba siempre, también oró en estas circunstancias dolorosas y terribles. Dijo entonces Jesús: “¡Padre, si quieres, aparta de mí esta copa amarga, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya!” (Lc 22, 42). Virgen de los Dolores, te acompañamos en el dolor con el que te sientes unida a Jesús en su oración en el Huerto, oración que haces tuya; enséñanos a orar siempre, como tú, como tu Hijo, en toda circunstancia, también en las más dolorosas.

Padre Nuestro, diez Aves Marías y Gloria.

V. Madre llena de dolor, haz tú que cuando expiremos,   
R. Nuestras almas entregamos por tus manos al Señor.

Segundo Misterio: La Flagelación.

Para educar a sus hijos muchos padres y madres de familia han utilizados los golpes; muchos lo han hecho con las mejores intensiones y con mucho dolor; otros, lamentablemente, han descargado su propia ira y frustraciones sobre los cuerpos inocentes de sus hijos; sabemos las terribles consecuencias, físicas, psicológicas y espirituales que los golpes han provocado, aunque hay todavía quien dice que se necesitan. Hoy se condena todo maltrato físico o mental a nuestros niños. Virgen de los Dolores, sabemos de que tú nunca tuviste ni la necesidad ni mucho menos la ocasión de golpear el cuerpo de tu Hijo, cuerpo que amabas sobre todas las cosas. Cómo lo ibas a maltratar, si era carne que diste a luz milagrosamente, si era la carne de Dios. En el proceso injusto que lo condujo a la muerte, Jesús fue golpeado con brutalidad, lo sabemos por la Biblia, dice: “… pero a Jesús, después de mandarlo azotar, Pilato lo entregó para que lo crucificaran” (Mt 27, 26). Su inocente carne era sometida a la tortura de los látigos, la carne de Dios fue maltratada con saña por sus verdugos, como lo había predicho Isaías: “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban…” (Is 50, 6). Madre de los Dolores, cada azote a Jesús fue replicado en tu corazón con inmensa intensidad. En esta hora de dolor permítenos acompañarte y de alguna manera padecer con Jesús y contigo sus azotes físicos e interiores; enséñanos a padecer los nuestros con semejante entereza y fe.

Padre Nuestro, diez Aves Marías y Gloria.

V. Madre llena de dolor, haz tú que cuando expiremos,
R. Nuestras almas entregamos por tus manos al Señor

Tercer Misterio: La Coronación de Espinas.

Señora Nuestra de los Dolores, tu hijo es rey, lo sabías desde el momento en el que lo concebiste, lo comprobaste con el tributo que le ofrecieron los magos, incluso cuando Herodes intentó matarlo, siendo todavía un pequeño niño, por el temor de que le arrebatara su reino; tú conocías las profecías, sabías que ese Hijo tuyo, descendiente de David, el Hijo de Dios, era el Mesías, el Mesías Rey. El profeta Natán había dicho a David: “Él es el que construirá una casa a mi nombre y afianzaré eternamente su trono real (2 Sam 7, 13). Siempre lo supiste, nunca lo dudaste, aun cuando el Rey que concibió tu seno pasara tantos años viviendo ocultamente en Nazaret, trabajando como un obrero. Sin embargo, la corona que en su pasión le ciñeron no era de oro, ni estaba adornada con piedras preciosas; no era una joya que manifestara poder ni grandeza; era una corona de burla, de tortura, de escarnio; dice el Evangelio: “trenzaron una corona de espinas y la colocaron sobre su cabeza” (Mt 27, 29). Esa corona, sin embargo, manifestó de manera misteriosa quién era ése a quien estaban torturando. Recordaste entonces lo que te había advertido el anciano Simeón: “Y a ti, una espada te traspasará el alma” (Lc 2, 35); las espinas clavadas en el cráneo de tu Hijo fueron también clavadas en tu corazón, como una espada. Madre Dolorosa, Reina nuestra, te acompañamos en la agonía de tu Hijo, que fue también tu agonía; enséñanos a reconocer a tu Hijo como nuestro Rey y Señor.

Padre Nuestro, diez Aves Marías y Gloria.

V. Madre llena de dolor, haz tú que cuando expiremos,
R. Nuestras almas entregamos por tus manos al Señor

Cuarto Misterio: Jesús con la Cruz a cuestas.

Dice el Apóstol Pedro: “Él cargó sobre su cuerpo nuestros pecados (cf Is 53, 4.12), llevándolos al madero, para que, muertos al pecado, viviéramos para lo que es justo” (1P 2, 24). No sólo era un pedazo de madera lo que colocaron sobre los hombros de Jesús; era ciertamente el instrumento de su ejecución sobre el Gólgota, instrumento también de salvación; sin embargo, a finla de cuentas, sobre su espalda fueron cargadas todas nuestras miserias, las mías y las de toda la humanidad, mis propios pecados y los de mis hermanos y hermanas de todos los tiempos; lo que cargó Jesús era mucho más grande que el peso físico de la cruz; carga espiritual que, a final de cuentas, quizá provocó sus caídas en el Viacrucis. Ese peso Jesús lo clavó en la Cruz, cancelando así todas nuestras deudas (cf. Col 2, 14). Virgen Dolorosa e Inmaculada, Jesús no llevó el peso de tus culpas, no las tenías, fuiste preservada desde tu concepción de todo pecado, “en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano” (Pío IX, Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854), tu vida se desarrolló en la más radiante santidad, eres la “llena de gracia” (Lc 1, 28). Concédenos acompañarte en el peso que tú también soportaste, sin temerla ni deberla. Fuiste solidaria con tu Hijo a lo largo de todo su Viacrucis, no sólo cuando te encontraste con él; soportaste también nuestros pecados para que "viviéramos para lo que es justo", por eo te reconocemos y veneramos como Refugio de Pecadores.

Padre Nuestro, diez Aves Marías y Gloria.

V. Madre llena de dolor, haz tú que cuando expiremos,
R. Nuestras almas entregamos por tus manos al Señor

Quinto Misterio: La Crucifixión.

Qué dolor más grande existe que la muerte de un hijo, de una hija; sólo quienes han pasado por esta terrible situación saben hasta qué límites puede llegar el dolor humano; la ley de la vida nos hace esperar que sean primero los padres quienes fallezcan, los hijos tendríamos que cumplir amorosamente el deber de acompañar a nuestros padres en su ancianidad, en su enfermedad y en su muerte. Ver a tu hija, a tu hijo muertos, es una ruptura existencial que a nada se parece, un quebranto irreparable del corazón. Tú, Madre de los Dolores, lo padeciste: “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre…” (Jn 19, 25); con tus propios ojos fuiste testigo en el momento justo en que tu amado Hijo, “inclinando la cabeza entregó el Espíritu” (Jn 19 30). Tu fe no se desmoronó, pero seguramente compartiste la oración que escuchaste pronunciar a tu Hijo desde la cruz: “¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27, 46). Cuánta oscuridad, cuánta soledad, cuánto dolor. Hoy, Santísima Virgen María, el Pueblo rescatado por la sangre de tu Hijo, clavado en la cruz, acudimos temblando a ti para expresarte la pena que también embarga nuestros corazones. En este Viernes Santo, nosotros, la familia de tu amado Hijo, queremos expresarte nuestro pésame, nuestras condolencias, ante la pérdida de tu Hijo. No podemos siquiera imaginar lo que pasaste tú ese día, pero te expresamos nuestro cariño. Queremos también adelantarnos al gozo que trajo a tu corazón su resurrección, también queremos compartir esa inefable alegría. Gracias por ser nuestra madre que entiende nuestros dolores.

Padre Nuestro, diez Aves Marías y Gloria.

V. Madre llena de dolor, haz tú que cuando expiremos,
R. Nuestras almas entregamos por tus manos al Señor

Dios te Salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

Dios te salve María, Hija de Dios Padre, Virgen purísima antes del parto, en tus manos encomendamos nuestra fe para que la aumentes, llena eres de gracia…

Dios te salve María, Madre de Dios Hijo, Virgen purísima en el parto, en tus manos encomendamos nuestra esperanza para que la fortalezcas, llena eres de gracia...

Dios te salve María, Esposa de Dios Espíritu Santo, Virgen purísima después del parto, en tus manos encomendamos nuestra caridad para que la inflames, llena eres de gracia…

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo…


Señor, ten piedad
Cristo, ten piedad
Señor, ten piedad.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.

Dios, Padre celestial, 
ten piedad de nosotros.

Dios, Hijo, Redentor del mundo, 
Dios, Espíritu Santo, 
Santísima Trinidad, un solo Dios,

Santa María, 
ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las Vírgenes,
Madre de Cristo, 
Madre de la Iglesia, 
Madre de la misericordia,  
Madre de la divina gracia, 
Madre de la esperanza,  
Madre purísima, 
Madre castísima, 
Madre siempre virgen,
Madre inmaculada, 
Madre amable, 
Madre admirable, 
Madre del buen consejo, 
Madre del Creador, 
Madre del Salvador, 
Virgen prudentísima, 
Virgen digna de veneración, 
Virgen digna de alabanza, 
Virgen poderosa, 
Virgen clemente, 
Virgen fiel, 
Espejo de justicia, 
Trono de la sabiduría, 
Causa de nuestra alegría, 
Vaso espiritual, 
Vaso digno de honor, 
Vaso de insigne devoción, 
Rosa mística, 
Torre de David, 
Torre de marfil, 
Casa de oro, 
Arca de la Alianza, 
Puerta del cielo, 
Estrella de la mañana, 
Salud de los enfermos, 
Refugio de los pecadores, 
Consuelo de los migrantes,
Consoladora de los afligidos, 
Auxilio de los cristianos, 
Reina de los Ángeles, 
Reina de los Patriarcas, 
Reina de los Profetas, 
Reina de los Apóstoles, 
Reina de los Mártires, 
Reina de los Confesores, 
Reina de las Vírgenes, 
Reina de todos los Santos, 
Reina concebida sin pecado original, 
Reina asunta a los Cielos, 
Reina del Santísimo Rosario, 
Reina de la familia, 
Reina de la paz.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 
perdónanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 
escúchanos, Señor.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, 
ten misericordia de nosotros.

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. 
Para que seamos dignos de las promesas de Cristo.

ORACIÓN. 
Te rogamos nos concedas, 
Señor Dios nuestro, 
gozar de continua salud de alma y cuerpo, 
y por la gloriosa intercesión 
de la bienaventurada siempre Virgen María, 
vernos libres de las tristezas de la vida presente 
y disfrutar de las alegrías eternas. 
Por Cristo nuestro Señor. 
Amén.

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